octubre 28, 2013

Crianza y ¿lectura?






Hoy caí en cuenta de que el nombre de nuestro blog es irónico, no porque no queramos platicar de nuestras andanzas en el plano de la crianza o de las vívidas lecturas que aderezan nuestras vidas, el hecho tiene que ver con la dificultad de combinar las dos actividades, cuando ambas admitámoslo, demandan mucho tiempo.

Los libros son pacientes y esperan sin vacilar que les llegue el momento de ser leídos y tomados en cuenta, los hijos en cambio suelen andar bajos de paciencia y piden atención sin pudor alguno.

Generalmente acato la regla y atiendo a la hija mientras el libro espera paciente en la mesa de noche, pero este fin de semana fue diferente, estaba cansada, harta de la semana laboral, envuelta en una bruma de dudas y ansiedades que sabía que solo se calmarían si salía de mi piel y entraba  en otra, así tenía que ser, tenía que perderme en la lectura, beberme el personaje en turno y disociarme hasta dejar de pensar en mi mundo. El caso es que en el momento en el que tomaba el libro a mi hija le daba un repentino ataque de sed y me pedía que bajara a servirle agua, o le llegaba la hora de comer o de salir un rato, o pedía con ojos de perro a medio morir que le hiciera caso. El sábado así anduvimos, negociando el tiempo mientras yo me echaba tragos de lectura en el closet, en el baño o escondida en la cocina. El domingo la situación ya era evidente, el libro me consumía y yo era incapaz de dejarlo.


Supe que había tocado fondo cuando mi niña se acostó junto a mi en la cama y me pidió que le leyera lo que yo leía, lo consideré unos segundos y luego recordé que la historia no tenía un solo párrafo apto para los tres años de mi hija, no contesté y ella encontró la solución, fue a su cuarto y se trajo sus libros, se acostó a leer junto a mi y luego de tres segundos me pidió que le contara sus cuentos, así convivimos un rato, hasta que llegó mi esposo a salvar el día invitándole un helado a mi pequeña lapa.

Se fueron y me invadió una euforia indescriptible, un par de horas yo solita, yo solita con mi libro, con la posibilidad de perderme entre letras y vidas prestadas. Cedí al vicio mi tiempo y mi voluntad y me deje envolver, seducir y cautivar por la historia, el tiempo no duró nada… el ruido del coche llegando a casa me sorprendió con los ojos rojos y cansados, pero con la mirada tranquila y menos revuelta, la lectura calló los miedos hasta minimizarlos, era tiempo de levantar la vista y volver a la vida real.

Recibí a la hija y a mi galán cantante feliz y descansada, lista para dejar el vicio…  y retomarlo en la noche.

cj

octubre 10, 2013

Leer, otro asunto burocrático



Meses atrás escribí aquí sobre las formas en las que la SEP evaluaba el nivel lector en primaria y secundaria, hoy les cuento en qué va el asunto.

Hace unos años la SEP sintió que había descubierto el hilo negro al implementar en las escuelas un modelo que evaluaba la lectura basándose en tres competencias: comprensión lectora, velocidad de lectura y  fluidez lectora.  La idea no era tan mala, pero encontró en la práctica que lo medible pocas veces es un referente amplio de los niveles de comprensión. Así, maestros de aquí y de allá se dedicaron a  evaluar la lectura con cronómetro en mano; al alumno fluido, bien entonado y veloz se le consideraba un buen lector, contrario a aquellos pausados y poco articulados.

Pero la educación es pendular y para muestra la nueva propuesta para evaluar las “competencias lectoras”, unas cuántas páginas en donde la SEP como si hablara de otra instancia, se desdice de las antiguas prácticas y propone, ahora sí evaluar la comprensión, en el folleto en el que explica el cambio  dice: “La escuela tiene el compromiso de formar practicantes competentes de la lectura (y la escritura), y no solo sujetos que puedan “descifrar” el código, es decir, el lenguaje escrito”. En el mismo texto afirman que “leer es también comunicarse, entablar un diálogo con un autor, su tiempo, su contexto y sus ideas, sea el tipo de texto que sea”.

El cambio me parece necesario, leer efectivamente es comprender y dialogar con el texto, lo que siento esquizoide es lo radical del enfoque y la forma en la que se deslindan de responsabilidades en la antigua manera de pensar la lectura, un síntoma claro del cambio de sexenio, otra vez la actitud infantil que aniquila lo hecho e impone por milésima vez “su forma” de hacer las cosas, no puedo dejar de pensar en los profesores sometidos a horas de capacitación para contar lo leído y entender la fluidez, la cantidad de soporíferas charlas que han de haber impartido para justificar esa forma de ver la lectura, las preguntas y comentarios desdeñados para no tener que aceptar que leer es comprender no leer rápido o articular correctamente.

Al final la nueva propuesta también se queda a medias porque propone estrategias ineficientes para conocer cómo es que los alumnos comprenden lo leído, muestra escalas ambiguas que hacen referencia a como las pruebas PISA miden la comprensión lectora, pero no da ejemplos ni estrategias para implementar dentro del aula.

Como suele suceder me invade una profunda frustración al constatar lo poco que importa la educación en nuestro país, lo poco que vale el desgaste de los maestros y el esfuerzo de los alumnos. Para aquellos que hacen las propuestas educativas el acento está en la masificación, en encontrar una forma que funcione para todos, seguimos arrastrando una educación que impone contenidos y somete a los maestros a los caprichos de los gobernantes en turno, lejos estamos de un sistema que proponga y dé herramientas, de un modelo educativo en el que quepan las diferencias y se vea a los maestros como seres pensantes y capaces. Cambian los nombres y los formatos pero las raíces de la educación en México están cada vez más secas.

La lectura, tristemente, no se escapa de la burocracia.
cj


septiembre 13, 2013

De los proyectos para compartir libros




Quizá pocas veces escuchamos el término biblioteca particular, quizá hayamos visto una cuando hemos visitado una casa museo que hay en algunas ciudades de México.
Dicen que una de las primeras bibliotecas particulares que se tiene registrada es en Nínive (parte de lo que ahora es Iraq) por allá en el año 7 AC.

La bibliotecas particulares fueron poseídas por teólogos, docentes, aristócratas y quizá surgieron como una forma evolucionada de archivo de documentos o datos. Algunas de estas bibliotecas han sido envidiadas por coleccionistas o censuradores (como en el caso de la biblioteca de Sor Juana Inés de la Cruz, quien guardaba celosamente sus libros de los ojos de la Inquisición).

Hoy en día y dado el espacio de las casas promedio en México las bibliotecas particulares   suelen alojarse en libreros que aprovechan diversos sitios de las casas: un librero en la sala, una repisa arriba de la puerta, arriba de la taza del baño, en la mesitas de noche, los guardaropas y hasta en la cajuela del auto.

No todos los dueños de libros tienen registro de su inventario, sin embargo otros ya lo han empezado a llevar gracias a aplicaciones como Collectorz, mybook, myBookshelf, reading list...¡así es todas en inglés!

Depende de la relación que guardes con tus libros es el tiempo que le dedicas a ordenarlos, registrarlos, guardarlos y... ¡prestarlos!

¿Qué sientes al prestar un libro?, ¿qué te impulsa a hacerlo o no?

Hace unos días, caminando por la ciudad norteamericana que me aloja me encontré con una casita de madera suspendida por un poste afuera de una casa. Crucé la calle para ver de qué se trataba. Casi no podía creerlo cuando lo vi.

La casita de madera tenía en su interior repisas con libros. Una puerta con vidrio permitía ver su contenido. Un letrero anunciaba que podías tomar o dejar el libro que quisieras.
Alguien, gustoso de la lectura y desprendido de los libros, tenía ahí una pequeña biblioteca pública que seguramente inicio como parte de su biblioteca particular.

Qué maravilla y qué sencillo proyecto de fomento a la lectura: el intercambio libre y comunitario.

Me pregunto si cuando regrese a México seré capaz de llevar un proyecto como éstos a mi colonia.
dfcg

septiembre 11, 2013

La mujer que tiembla



Me gusta nadar pero suele ser complicado encontrar una alberca disponible, pagar por el servicio y trasladarme al lugar para realizar la actividad. Por tanto desde el año pasado opté por correr. Al principio no fue fácil pero tras diversas lecturas y charlas con quien está más avanzado en esta práctica, el amor entre la corrida y yo fraguó.

Sin embargo, hace dos meses una dolencia surgió y empezó a provocar que dicha actividad se volviera una tortura (en la vida diaria): un dolor punzante en la base del talón hizo su aparición. De acuerdo a la revisión bibliográfica que inicié dicha lesión tiene un nombre de miedo: fascitis plantar.

El dolor es sumamente molesto pues siento que un clavo se ensarta en el centro de la base del talón del pié derecho, aun cuando no salga a correr pasan días para que desaparezca, para volver a surgir en cuanto trote o simplemente camine. A quien no le gusta hacer un deporte se le ocurriría decirme: pues deja de correr. Seguramente quien ama una actividad no se atrevería a comentarme algo semejante.

En mi búsqueda por razones de esta dolencia (más allá de que el calzado no fue el adecuado o que si tengo una pronación en mi pié) me encontré con un libro de una mujer que empredió un camino similar para entender lo que ha ella le pasaba.


El libro se llama La mujer que tiembla (2010) (Trad. de The shaking woman, su título original) y la autora es Siri Hustvedt. Ella sufrió de migrañas desde joven pero fue un episodio de temblores lo que la hizo documentarse en neurología, psiquiatría, psicoterapia y psicoanálisis.

El libro es un fascinante viaje, en vehículo de ensayo académico, en el que explora los confines de la enfermedad como la de ella, sus rasgos históricos, las opciones de cura, la ignorancia de los médicos y el papel que juegan la conciencia, los descubrimientos del funcionamiento cerebral y el lenguaje.

Lo mejor de su narración es que no es concluyente, no “tira netas”, describe y lanza interrogantes.

Me pregunto, después de leerla si soy fascitis plantar, o la fascitis me ha “tomado”, si ella me habla, si soy ella y tengo algo que decir por medio del acalambramiento que me produce, si tengo cura o debo dejar el placer de correr por las calles, si me rehuso a caminar por donde no tengo claro el camino... o si todo se resolverá por el hecho de buscarme un apoyo para el arco de mi pié.

Yo al igual que Hustvedt me adentraré en los confines de lo que la enfermedad dice y lo que mi Yo recibe en la conciencia.

dfcg

* Ilustración tomada de la página electrónica de El Mundo.

junio 13, 2013

Castillo de Cristal

La tercera Ley de Newton nos dicta que a toda acción corresponde una reacción en sentido contrario y de igual intensidad. Esta ley no aplica para las ciencias humanas, no en educación, ni necesariamente en cuanto a la formación emocional.

Así lo demuestra Jeannette Walls es su autobiográfico libro Castillo de Cristal (2009).

Leerlo es sufrir, sobre todo si eres mujer y más, si actualmente tienes hijos pequeños (de hecho mi madre no soporto su lectura y lo dejó a la mitad).

Jeannette narra su vida nómada con dos padres que vivieron al margen de la costumbre de ser formadores y proveedores. Un padre con muchos sueños, pocas acciones, diversas maneras de pasarse la vida intentando sacar el mejor provecho de todo y dar el mínimo trabajo. Una madre soñadora, que vivía anhelando los tiempos de riqueza familiar anterior a su matrimonio fallido.

Viajaron y vivieron en diversas ciudades,  se las ingenieron para sacar buenas calificaciones, para no morir de anemia, para no ser violadas, para cuidar su dignidad. Su espíritu de lucha y de sobrevivencia se impuso ante las vejaciones de que fueron objeto ella y sus hermanos -en especial los tres mayores-.

La narrativa no tiene complicaciones, va en sentido cronológico, son los hechos reales (o recordados como tal) los que sobresaltan, los que llegan a la médula.

Las reflexiones en torno pueden ser diversas, yo me he quedado con las siguientes: nadie puede hacerte perder tu sentido de vida (ni siquiera tus progenitores) a menos de que tú se los permitas y hay que disminuir la sobreprotección con los hijos porque puede terminar por hacer más daño que quizá el abandono más consumado como fue el que sufrió Jeannette Walls.

dfcg

junio 04, 2013

Uno de un periódico

Por estar tan acorde a lo que creemos en Esdrújula, Crianza y Lectura, compartimos este artículo encontrado en un periódico español llamado ABC.es

Espero les sea útil y contribuya.


¿Por qué a muchos niños no les gusta leer? Quizá toda la culpa no la tengan la televisión y las consolas

Día 30/05/2012 - 16.14h

«Haced lo que queráis, porque de todas maneras lo haréis mal», decía Sigmund Freud a las madres. Quizá fuera demasiado extremo, pero lo cierto es que con toda la buena voluntad del mundo, a veces los padres se equivocan. Todos querrían ver a sus hijos devorando libros y disfrutando al leer mientras aprenden sobre mil y un asuntos, pero en su empeño por fomentar la lectura, el tiro les sale por la culata. ¿Qué falla?
No «hay que leer». Ya lo decía el escritor francés y profesor de literatura Daniel Pennac en el ensayo «Como una novela» con el que lleva abriendo la mente a muchos padres y educadores desde hace 20 años: el verbo leer, como el amar o el soñar, «no soporta el imperativo». Leer es un derecho, no un deber. Es inútil obligar a leer y además resulta contraproducente porque no se transmite una afición por la fuerza.
No se contagia un «virus» que no se tiene. Si los padres no leen o sus hijos no les ven leer, difícilmente podrán convencerles de que se lo van a pasar bien leyendo. Las personas a las que les gusta leer normalmente han tenido algún familiar que les ha transmitido la pasión por los libros. La falta de tiempo no es excusa porque cuando algo realmente se quiere, se busca el tiempo, insiste Pennac.
La lectura, no siempre en soledad. Leer a un niño «es una práctica fundamental, tal vez la más importante y eficaz sobre todo con los niños que tienen dificultades para leer y les cuesta un gran esfuerzo», señala el maestro, licenciado en Historia y logopeda Pablo Pascual Sorribas. Al escuchar a sus padres, comprenden mejor el mensaje y disfrutan con la historia.
¿...y por qué en silencio? «¡Extraña desaparición la de la lectura en voz alta. ¿Qué habría pensado de esto Dostoievski? ¿Y Flaubert? ¿Ya no tenemos derecho a meternos las palabras en la boca antes de clavárnoslas en la cabeza? ¿Ya no hay oído? ¿Ya no hay música? ¿Ya no hay saliva? ¿Las palabras ya no tienen sabor? ¡Y qué más! ¿Acaso Flaubert no se gritó su Bovary hasta reventarse los tímpanos? ¿Acaso no es el más indicado para saber que la comprensión del texto pasa por el sonido de las palabras de donde sacan todo su sentido?», escribía Pennac.
No al constante «¿qué has leído?». Examinar a los niños de cada capítulo o cada libro convierte un placer en un examen, con la ansiedad que de ello se deriva. Conversar sobre un libro que se ha leído fomenta la lectura, siempre que el niño no se siente como en un banquillo. Es el «derecho a callarse» de todo lector, porque ¿a quién no le molesta que le pregunten qué ha entendido?
No a los clásicos por obligación. La escritora Ángeles Caso describía en el artículo «Lectores del siglo XXI» cómo se enamoró de la literatura: «No recuerdo que me padre me negase nunca un libro. Ni por bueno ni por malo, ni por demasiado sencillo ni por demasiado complicado, ni por moral ni por inmoral. En mi casa leíamos con la misma fruición los «Cuentos del conde Lucanor» y las historietas de Tintín, el «Poema del Cid» y las trastadas de Guillermo Brown...». Y añadía: «Si alguna vez le devolví un libro sin terminarlo, lo recogió con la misma sonrisa con que me lo había entregado, sin hacerme sentir culpable o tonta por mi desinterés». Los padres pueden alentar y estimular, pero los lectores tienen derecho a elegir.
No al «hasta que no lo acabes, no hay televisión». La televisión se convierte así en un premio y la lectura en un trabajo, en el peaje necesario hasta la tele, una contradicción. Y puede ser la tele, o la consola...
Miguel de Cervantes decía: «El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». No pongamos zancadillas.

abril 23, 2013

¡Un año!


¡Hoy cumplimos un año!

El tiempo se ha pasado rápido, estamos contentas del espacio que hemos creado y seguras del cariño con el que compartimos libros, lecturas y anécdotas.
Hoy más que nunca seguimos pensando que leer, escribir y crear es una pieza indispensable en la reconstrucción de este país adolorido, asustado y ensombrecido.
Hemos sido constantes hasta donde alcanzan nuestras fuerzas, cada publicación es nuestra voz y el sentir que llevamos dentro, cuando hay silencio, también estamos contando.
Gracias a quienes nos han leído, a los que se toman un tiempo para comentar y compartir, a los que creen en el proyecto y caminan con nosotros.

Un abrazo entre lecturas con todo nuestro cariño.

Esdrújula Crianza y Lectura

marzo 18, 2013

Amor de hermanos


Los hermanos se quieren tanto como se odian, compiten, se molestan y se apoyan. Para Manolito, el narrador personaje de Elvira Lindo, su hermano menor es insoportable, es simplemente “el Imbécil”.  Detesta que los adultos festejen todas las gracias del nene: “… y les pareció muy gracioso y se rieron mucho, y a mí me dejó de dar pena el Imbécil porque siempre se lleva a la gente a su terreno y siempre cae bien a todo el mundo, aunque haga lo peor”.  Pero cuando la vida los pone en circunstancias difíciles Manolito y el Imbécil son solidarios entre ellos como todos los hermanos: “Yo soy un cobarde, como mis amigos, pero que le toquen al Imbécil, eso sí que no.”
La mirada infantil de Manolito caracteriza a los adultos de su entorno; la madre Cata “Mi madre, o como dije en el capítulo anterior, la mamá del Imbécil, porque parece que sólo tienen ojos el uno para el otro…”  el abuelo Nicolás “Mi abuelo le dijo al dependiente que qué había pasado, que yo era un niño que daba gloria verme de lo bueno que era, que era un niño que sólo daba problemas con lo vago que era en el colegio, con lo celoso que era con el Imbécil y con que a veces no había quien me callase y que ponía a mi madre de los nervios (de punta)”. Luisa, la vecina metiche y chismosa, que está segura de que de haber tenido hijos los habría criado sabiamente: “La Luisa había decidido cambiarnos y convertirnos en esos vecinos que todas las Luisas quisieran tener”.
Manolito tiene 9 años, no crece tan aprisa como quisiera, usa lentes y para colmo es regordete. Nicolás tiene casi 4 años aunque no ha dejado el chupón, es tan inoportuno como precoz y se atreve a  hacer las cosas de las que Manolito quisiera ser capaz. Esta historia cargada de humor es un disfrute para los hermanos mayores incomprendidos y para los padres que a veces no nos acabamos de enterar cómo nuestros hijos lidian para explicarse las cosas que van pasando en su niñez. 
Esta esdrújula, que tuvo la fortuna de ser hermana menor, se ha reído como niña al leer las aventuras de Manolito y el Imbécil y ha comprendido un poco más que sus hijos, a pesar de la rivalidad se quieren como sólo un hermano puede.
sd  

marzo 15, 2013

¿repetir? ¿memorizar?



Últimamente aprender algo de memoria por repetición es visto como un sacrilegio educativo, las nuevas corrientes pedagógicas buscan que el aprendizaje sea “significativo”, es decir que se engarce con lo que ya sabíamos y sea aplicable a la vida, la idea es que cada individuo construya el conocimiento y no solo memorice y repita como perico.

Abogo por el conocimiento de fondo y por aprender desde lo previamente construido, sin embargo no condeno la memoria y tampoco la repetición.


Todo lector que se precie de serlo tiene que ejercitar constantemente la memoria, una novela implica que recordemos lo que va sucediendo en la historia; los nombres y vidas de diversos personajes, las ciudades y escenarios, un ensayo se engrana a través de la memoria en nuestros juicios y prejuicios sobre el tema, el cuento juega con nuestra memoria al presentarnos situaciones extraordinarias o inesperadas y la poesía nos remite a nuestros primeros juegos con el lenguaje, todo ello es memoria, sensorial y lingüística.

El último año he constatado el poder de la repetición pues mi hija de tres años cuando descubre un libro que le gusta lo quiere escuchar hasta hacerlo suyo. Primero lo escucha calladita observa las ilustraciones y danza con las palabras, después de varias lecturas comienza a paladearlo pronuncia bajito y para ella las palabras que se avecinan, luego empieza a memorizar frases y después de muchas lecturas se avienta a repetir una y mil veces todo el texto, cuando esto sucede el cuento ya es de ella, en este momento el libro ya no importa pues el cuento ya está dentro de ella y lo cuenta y repite encantada a la menor provocación, a veces regresa a las ilustraciones para deleitarse narrando.


Entre memoria y repetición se va haciendo de palabras, porque repite muchas cosas que no entiende y las memoriza hasta el momento en el que las escucha en otro contexto y entiende su significado. Al principio yo intentaba explicarle los términos que desconocía, luego me di cuenta que eso le restaba emoción al cuento además de que mi explicación no servía de nada porque se perdía entre la historia y las ilustraciones, ahora la escucho feliz repetir (a veces) como perico, porque también se goza con la textura y los acordes de las palabras.

Yo recuerdo con cariño algunas poesías que me tuve que aprender de memoria cuando estaba en primaria, las memorizaba y repetía muchas veces sin entender su significado, mismo que llegaba en oleadas y que hoy me trae buenos recuerdos.

Y ustedes ¿repiten?, ¿memorizan? O nada de eso…
Nos leemos
cj

Las imágenes son de algunos de los cuentos que mi hija se ha aprendido de memoria.

marzo 13, 2013

A propósito de hoy

Nací en 1972. En 1978 se eligió al papa Juan Pablo II. Recuerdo que hubo todo un revuelo. El papa anterior había sido asesinado.

Pronto empezó a circular un libro titulado Muerte en el Vaticano (Serral y Savigny). Para mi era una sorpresa y al mismo tiempo (y en mi construcción de esquemas mentales) quizá empecé a pensar que era normal. Es decir por un lado me sorprendía que aquel hombre que se suponía representaba a Dios en la Tierra hubiera podido engendrar tal odio para arrebatarle la vida. Por otro, qué no era lo mismo que le había pasado al Cristo.

Recuerdo que las exclamaciones de los mayores que me rodeaban era que el libro no debía circular, que eran mentiras, que lo debían prohibir (saquen sus conclusiones de la religiosidad que corría por el genoma familiar). Yo escucha con curiosidad esas palabras e incrementaban las ganas de que el libro fuese olvidado por ahí.

Nunca ocurrió, el libro no fue adquirido por ningún familiar, por supuesto que no estaba en al biblioteca del colegio católico al que asistía.

Hace algunos días y ante todo el montón de artículos que se han publicado sobre la renuncia de Benedicto XVI el libro fue mencionado en un reportaje periodístico y lo recordé. Ahora ya podría irlo a comprar y devorar. Sin embargo, el ánimo es otro, la curiosidad no da como para invertir tiempo de lectura que puedo dedicar a otras obras que esperan en mi mesita de noche. Es más, casi me pudo imaginar de lo que trata y hasta lo que termina.

Hoy que habemus papam me dedicaré a leer reportajes de alabanzas y rechazo ante Jorge Bergoglio, el papa Francisco.

dfcg

La autora hace tiempo que ha dejado la práctica católica, sin embargo hoy se emocionó con las campanadas y el seguimiento mediático.

marzo 01, 2013

Domador de ...palabras

Una de las acepciones de juglar de acuerdo a la Real Academia de la Lengua es  la de un "hombre que por estipendio o dádivas recitaba o cantaba poesías de los trovadores, para recreo de los reyes y de los magnates" (RAE, 2013). En nuestras clases de Español de la primaria solíamos imaginarnos a un señor disfrazado que iba con su instrumento de cuerdas cantando y recitando aventuras de caballeros todo en verso y acompañándose de la música que él mismo producía para completar sus poemas.


Creo que casi todos nos imaginamos que andaban por ahí en las plazas y cuando eran muy buenas las historias, los rumores de fama llegaban a oídos reales y entonces eran invitados a los palacios para deleite de los de "sangre azul". Muchos de los juglares se volvían famosos por aderezar sus historias con charlatanería.

Ahora podríamos hablar de los cuentacuentos, reconocidos éstos por ser quienes narran historias en público. Si reciben retribución económica o no, no suele ser una característica esencial pero sí, la de disfrutar el hecho de captar la atención de un grupo de personas que lo escuchan y retroalimentan con comentarios, gestos y diversos sonidos.

Ambos, juglares y cuentacuentos, tienen en su sustantivo una cierta carga de ser quizá mentirosos o exagerados. Frases como "qué cuentero eres" (para designar a alguien que está exagerando o incluso engañando), "eres un cuentista" (para indicar que inventa historias) nos da una muestra de esta inclinación inconsciente de la masa poblacional.

Es por ello que en últimos tiempos y como una forma de revalorar esa digna labor se ha empezado a nombrar a quien cuenta un cuento en público como narrador oral o animador de cuentos. 

Sea el nombre que sea, cuando nos gusta escuchar historias (ciertas, falsas o mitad y mitad) nos sentaremos a degustarlas pues finalmente y como dice Pablo Albo en su página personal el arte de un cuentista consiste en: ser un domador de palabras.

Pablo Albo domador de palabras: 
Las somete todos los días a un curioso 
 y exhaustivo entrenamiento. 
Las amontona, las ordena así o asá, 
les hace hacer torrecitas, 
les redobla las esquinas, 
 les lima los adjetivos, 
les ajusta el punto de mira...

dfcg
Solía ser cuentacuentos, cuentista y narradora oral pero su meta, su gran meta es convertirse en una domadora de palabras y por ende de historias.

febrero 25, 2013

Olivia



¿Conocen a Olivia? Tal vez han escuchado la pegajosa canción con la que inicia la caricatura, es posible que la hayan visto en algún estante de librería o tal vez como personaje principal de algún taller de lectura infantil.

Para aquellos que no tienen el gusto, se las presento, Olivia es una puerquita que nació en un álbum infantil casero en el año 2000, su creador Ian Falconer, maravillado por su sobrina pensó en hacerle un cuento y así creó al peculiar personaje.

En el ámbito de la literatura infantil, Olivia innovó con su peculiar estilo de ilustraciones minimalistas (el primer libro tiene sólo dos tintas) y sus historias sobre la vida y experiencias de una niña pequeña.

A mí Olivia me cautivó desde el día que la conocí, compré todos los libros antes de ser mamá y los disfrutaba como una buena obra de LIJ, pero todo cambió con la llegada de mi hija pues Olivia pasó de ser un personaje a convertirse en un miembro más de la familia.

Todo comenzó por casualidad, a mi hija le regalaron un muñeco de peluche de Olivia que yo encantada acomodé en su cuna y pronto se convirtió en su muñeco preferido. Olivia se convirtió en el objeto de transición de mi hija (término rimbombante para designar a los monos, trapos y cobijas que los niños pequeños eligen para consolarse cuando la angustia de separarse de mamá o papá es mucha), lo que significa que llevamos ya un tiempo localizando su paradero, atendiéndola con cuidado y propiciándole unos necesarios baños de vez en cuando. 

Así mi hija conoció primero el peluche y luego el libro, su acercamiento al cuento ha pasado por muchas etapas, la primera fue de un gusto y asombro inenarrable al descubrir que su preciada mona tenía un cuento, ahora mi hija se sabe casi todos los cuentos de principio a fin, le gusta que se los cuente pero también disfruta mucho contándolos ella solita, cambiando la historia y repitiendo a través de Olivia su propia vida.

Lo que me gusta de los libros de Olivia (la caricatura no me parece tan bien lograda) es que en realidad tiene mucho que ver con las actitudes y gustos de los niños pequeños; a veces caprichosa y sin control, nunca quiere irse a dormir, es ocurrente y siempre sueña con tener la atención de todos los que la rodean, se empeña en hacer sola las cosas pero busca la cercanía de sus papás y por encima de cualquier cosa juega y juega a todo lo que se le ocurre e inventa.

Ayer mi hija cumplió tres años, y por supuesto Olivia estuvo en la fiesta.

Nos leemos
cj