Hace unos años la SEP sintió que había descubierto el
hilo negro al implementar en las escuelas un modelo que evaluaba la lectura
basándose en tres competencias: comprensión lectora, velocidad de lectura
y fluidez lectora. La idea no era tan mala, pero encontró
en la práctica que lo medible pocas veces es un referente amplio de los niveles
de comprensión. Así, maestros de aquí y de allá se dedicaron a evaluar la lectura con cronómetro en
mano; al alumno fluido, bien entonado y veloz se le consideraba un buen lector,
contrario a aquellos pausados y poco articulados.
Pero la educación es pendular y para muestra la nueva
propuesta para evaluar las “competencias lectoras”, unas cuántas páginas en
donde la SEP como si hablara de otra instancia, se desdice de las antiguas
prácticas y propone, ahora sí evaluar la comprensión, en el folleto en el que
explica el cambio dice: “La escuela tiene
el compromiso de formar practicantes competentes de la lectura (y la
escritura), y no solo sujetos que puedan “descifrar” el código, es decir, el
lenguaje escrito”. En el mismo texto afirman que “leer es también comunicarse, entablar un diálogo con un autor, su
tiempo, su contexto y sus ideas, sea el tipo de texto que sea”.
El cambio me parece necesario, leer efectivamente es
comprender y dialogar con el texto, lo que siento esquizoide es lo radical del enfoque
y la forma en la que se deslindan de responsabilidades en la antigua manera de
pensar la lectura, un síntoma claro del cambio de sexenio, otra vez la actitud
infantil que aniquila lo hecho e impone por milésima vez “su forma” de hacer
las cosas, no puedo dejar de pensar en los profesores sometidos a horas de
capacitación para contar lo leído y entender la fluidez, la cantidad de
soporíferas charlas que han de haber impartido para justificar esa forma de ver
la lectura, las preguntas y comentarios desdeñados para no tener que aceptar
que leer es comprender no leer rápido o articular correctamente.
Al final la nueva propuesta también se queda a medias
porque propone estrategias ineficientes para conocer cómo es que los alumnos
comprenden lo leído, muestra escalas ambiguas que hacen referencia a como las
pruebas PISA miden la comprensión lectora, pero no da ejemplos ni estrategias
para implementar dentro del aula.
Como suele suceder me invade una profunda frustración
al constatar lo poco que importa la educación en nuestro país, lo poco que vale
el desgaste de los maestros y el esfuerzo de los alumnos. Para aquellos que hacen
las propuestas educativas el acento está en la masificación, en encontrar una
forma que funcione para todos, seguimos arrastrando una educación que impone
contenidos y somete a los maestros a los caprichos de los gobernantes en turno,
lejos estamos de un sistema que proponga y dé herramientas, de un modelo
educativo en el que quepan las diferencias y se vea a los maestros como seres
pensantes y capaces. Cambian los nombres y los formatos pero las raíces de la
educación en México están cada vez más secas.
La lectura, tristemente, no se escapa de la
burocracia.
cj
Además, los cambios dados como 'palos de ciego', que bien calificas de esquizoides, también producen efectos de los cuales, no se asume responsabilidad y se 'evalúa' a unos y otros con mecanismos homogéneos, como si el modelo hubiera sido el mismo. Frustración compartida.
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