La primera frase de una novela, identifica a su autor con la
tradición. Amélie Nothomb decide comenzar esta narración con una reminiscencia
directa, más que eso un intertexto bíblico: En el principio no había nada.
Abre pues la boca a la creación y se postula desfachatadamente, como el poeta
creacionista, en calidad de dios.
No debe el lector ser ingenuo al creer que esta aseveración
se apega a la deidad judeocristiana, porque inmediatamente surge la descripción
oriental del huevo cósmico que se
contiene a sí mismo y contiene todo.
Volviendo al inicio y a Metafísica
de los tubos: “Algunos grandes libros comienzan con unas primeras frases
tan poco llamativas que uno las olvida inmediatamente y tiene la impresión de
vivir instalado en esa lectura desde el principio de los tiempos” (Nothomb 2001
pág. 8). En cambio, esta inteligente narradora, formula siempre inicios
contundentes, que pone al lector a su merced hasta la última página, y todavía
más, lo deja con hambre.
El tiempo de la narración ocurre durante los tres primeros
años de vida de la escritora. Se trata,
sí, de una obra autobiográfica. El personaje vive los dos primeros años, sin
dar muestras de vida aparente. Su transformación hacia el final del relato, se suscita por el descubrimiento milagroso de
un sabor.
Esos recuerdos de la primera infancia, a los que nadie tiene
acceso porque se escabullen hasta el inconsciente, se recuperan en esta breve,
pero exquisita novela.
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