Hoy caí en cuenta de que el nombre de nuestro blog es irónico, no
porque no queramos platicar de nuestras andanzas en el plano de la crianza o de
las vívidas lecturas que aderezan nuestras vidas, el hecho tiene que ver con la
dificultad de combinar las dos actividades, cuando ambas admitámoslo, demandan
mucho tiempo.
Los libros son pacientes y esperan sin vacilar que les llegue el
momento de ser leídos y tomados en cuenta, los hijos en cambio suelen andar
bajos de paciencia y piden atención sin pudor alguno.
Generalmente acato la regla y atiendo a la hija mientras el libro
espera paciente en la mesa de noche, pero este fin de semana fue diferente,
estaba cansada, harta de la semana laboral, envuelta en una bruma de dudas y
ansiedades que sabía que solo se calmarían si salía de mi piel y entraba en otra, así tenía que ser, tenía que
perderme en la lectura, beberme el personaje en turno y disociarme hasta dejar
de pensar en mi mundo. El caso es que en el momento en el que tomaba el libro a
mi hija le daba un repentino ataque de sed y me pedía que bajara a servirle
agua, o le llegaba la hora de comer o de salir un rato, o pedía con ojos de
perro a medio morir que le hiciera caso. El sábado así anduvimos, negociando el
tiempo mientras yo me echaba tragos de lectura en el closet, en el baño o
escondida en la cocina. El domingo la situación ya era evidente, el libro me
consumía y yo era incapaz de dejarlo.
Supe que había tocado fondo cuando mi niña se acostó junto a mi en
la cama y me pidió que le leyera lo que yo leía, lo consideré unos segundos y
luego recordé que la historia no tenía un solo párrafo apto para los tres años
de mi hija, no contesté y ella encontró la solución, fue a su cuarto y se trajo
sus libros, se acostó a leer junto a mi y luego de tres segundos me pidió que
le contara sus cuentos, así convivimos un rato, hasta que llegó mi esposo a
salvar el día invitándole un helado a mi pequeña lapa.
Se fueron y me invadió una euforia indescriptible, un par de horas
yo solita, yo solita con mi libro, con la posibilidad de perderme entre letras
y vidas prestadas. Cedí al vicio mi tiempo y mi voluntad y me deje envolver,
seducir y cautivar por la historia, el tiempo no duró nada… el ruido del coche
llegando a casa me sorprendió con los ojos rojos y cansados, pero con la mirada
tranquila y menos revuelta, la lectura calló los miedos hasta minimizarlos, era
tiempo de levantar la vista y volver a la vida real.
Recibí a la hija y a mi galán cantante feliz y descansada, lista
para dejar el vicio… y retomarlo en la
noche.
cj