Explorar la infancia y la niñez es una audacia a la que pocos se
atreven; para hacerlo, hay que despojarse de los ojos adultos y estar dispuesto
a un viaje profundo hacia la propia vulnerabilidad.
En El
caballo perdido (1943) Felisberto Hernández recreó, como en una ceremonia
sensual, la vista y el tacto con que la curiosidad de un niño revela el misterio
de los objetos. En su lucha por recuperar la memoria, el narrador acusa la
intromisión de su versión adulta: “Hay un solo instante en que los ojos de
ahora ven bien: es el instante fugaz en que se encuentran con los ojos del
niño” (Hernández 1983 p. 36). Ese ‘socio’ –como lo llama Felisberto Hernández-
está presente también en la novela El
mundo de Juan José Millás, que renuncia al disimulo de las heridas para
buscar la honesta experiencia de la niñez: “Cuando escribo a mano, sobre un
cuaderno, como ahora, creo que me parezco un poco a mi padre en el acto de
probar el bisturí eléctrico, pues la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo
las heridas” (Millás 2014 p. 8).
Millás reconstruye un mundo infantil lleno de oposiciones
perceptuales: “Nos colocábamos la chaqueta del pijama sobre la camiseta de
tirantes, que era una segunda piel, y nos metíamos tiritando en la cama. A
veces me masturbaba, no tanto por placer como por la curiosidad de que de un
cuerpo yerto saliera un jugo caliente” (Millás 2014 p.14); pero, sobre todo, desvela
la verdad que el discurso adulto oculta “Madrid es la capital, un lugar en el
que las oportunidades se multiplican, en el que hay de todo (pronto advertiría
que no había playa, ni mar, ni calor, entre otras cosas esenciales), en el que
uno puede llegar a ser lo que quiera…” (ibid. p. 21-22).
La salida a la adolescencia está en la
calle que, vista primero desde ‘dentro’ en un sótano que refugia la fantasía
del juego, se convierte en el ‘afuera’ donde se ganan las explicaciones a
los misterios. Ahí, afuera, llega con el desengaño del amor pueril la primera
muerte propia: “Y bien, ¿podía salir del cuarto de baño e incorporarme a la
vida familiar confesando que me había muerto (de amor)? Era evidente que no, de
modo que tenía que fingir que continuaba vivo, ya veríamos durante cuánto
tiempo” (ibid. p. 142).
Esta novela, escrita con
honestidad, invita al lector a recordar cómo era el mundo en la
niñez para buscar su propio caballo
perdido.
sd
Hernández, Felisberto (1943/1983) Obras completas vol. 2, México, Siglo
XXI
Millás, Juan José
(2007/2014) El mundo México, Planeta
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