Cuando era pequeño, mi hijo
mayor, descubrió su primer autor consentido con una pequeña colección de libros
de hojas gruesas. A prueba de manos pequeñas: Gato tiene sueño, Perro tiene
sed, Ardilla tiene hambre y Pato está sucio le enseñaron a enunciar
las necesidades primigenias; conoció a través de ellos, la secuencia de una
narración simple y a reconocer las características peculiares de un autor. Las
inconfundibles ilustraciones de los libros de Satoshi Kitamura hicieron que, más tarde,
encontrara por sí mismo en la librería Alex
quiere un dinosaurio, Yo y mi gato,
y En el desván.
Esos libros
descubiertos, abrieron una ventana a la imaginación y hoy guardan la huella del
niño que aprendió a pasar hojas delgadas (uno que otro pedacito de cinta
adhesiva son la evidencia). También aprendió, a través de esas historias, algo
sobre la responsabilidad que implica tener una mascota, la fantasía desde la que se puede ser gato o jugar en un lugar secreto, cuya existencia
desconocen los adultos. Encontró deleite en los detalles escondidos, en los
finales sorpresivos y la afición a un autor particular.
Por ese
entonces yo también descubría a uno de mis autores favoritos. Con El evangelio según Jesucristo, entré al
mundo Saramago. Su extraordinaria narrativa, su incomparable prosa que siempre tiene algo
de lirismo, sus personajes entrañables y su singular sintaxis, me hicieron
adicta a sus novelas. Lloré con el final de Memorial del convento, me crispé con Ensayo sobre la ceguera, me conmoví con La caverna, disfruté con el humor sarcástico de Caín. Por eso con la
publicación de Claraboya, un año
después de su muerte, sentí alivio. Una
novela más, la primera que escribió, la última en ser leída. “El libro perdido
y hallado en el tiempo.” Sobre la anécdota de esa novela, alguien podría
escribir otra novela. Pilar del Río, su viuda, la cuenta en el prólogo de la
primera edición.
Esta esdrújula
se irá ahora a terminar la primera-última novela de su escritor
consentido, no sin antes recomendarles una iniciación saramaniega, para niños: La flor más grande del mundo (aquí les dejo la liga de una animación, con la narración en la propia voz de José Saramago) y El cuento de la isla desconocida (para adolescentes).
sd
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