Durante algunas semanas he pasado por momentos que no
sé cómo resolver, en apariencia es sencillo y cualquier mamá no desquiciada
como yo, voltearía los ojos pensando que es una ridiculez lo que me aqueja.
El punto es: mi esposo, mi hija y yo frecuentamos
librerías, es un pasatiempo de fin de semana que a todos nos resulta
entretenido y nos hace compartir y conversar la mayoría de las veces no
compramos nada (el precio de los libros es tema para otra entrada) pero de vez
en cuando mi hija puede llevar un libro. Al principio era fácil, papá o mamá
seleccionaban unos cuantos libros que juzgaban apropiados para la edad y de
buena literatura infantil, los leíamos y de esos mi hija escogía el libro que
más le gustaba, tan tan, todos felices con la nueva adquisición.
Pero en fechas recientes la tradición se ha roto, mi
hija que aún no lee, es una lectora voraz, recorre el área infantil de las
librerías de punta a punta, observa, toma libros, los hojea, revisa
cuidadosamente las portadas, a veces nos pide que se los leamos y otras veces
se conforma con la historia que ella lee en las ilustraciones, hasta aquí todo
bien. Lindo y romántico ver a una pulguita de cuatro años con actitud de
setenta recorrer los pasillos de la librería. El problema llega cuando
triunfante y con ojos brillantes nos muestra el libro que eligió. Mi esposo es más discreto y le
pregunta cauteloso por qué le gustó, yo en cambio hago un esfuerzo gigante por
no decirle descaradamente que el libro que quiere llevar es una porquería, lo
veo sin ganas, le preguntó si no quiere ver otros, le leo los que a mí me han
gustado, intento asombrarla con libros similares al que eligió pero bien
escritos, pero el resultado siempre es el mismo, mi pequeña acepta las
sugerencias, escucha con ánimo los cuentos que le propongo, comenta las
ilustraciones y al final pregunta si está bien comprar el que ella había
elegido.
Cuando esto ha ocurrido, respetamos su decisión y
compramos el libro malo*. Hasta ahora los dos o tres libros de éste tipo han
pasado sin pena ni gloria, los leemos unas cuántas noches pero después mi hija
los guarda en sus bolsitas o los usa como juguetes y regresan a las lecturas
nocturnas las historias e ilustraciones más nutritivas.
Sé que por el costo de los tres libros malones hubiéramos
podido comprar tres libros buenos, sin embargo por el momento tanto mi esposo
como yo hemos decidido que lo importante a estas alturas es tolerar las malas elecciones y esperar a que pasen. Me puse yo
en el lugar de mi hija y me sentí fatal al pensar que alguien llegara a decirme
que mis lecturas son una porquería informándome así nomás que de ahí en
adelante todo lo que leo lo seleccionaría otros.
¿Comentarios, sugerencias?
cj
* Aclaro que mi juicio sobre la calidad de los libros tiene que ver con la pobreza del texto, la mala calidad de las ilustraciones y los artilugios que utilizan para atrapar a los niños: brillos extremos, ilustraciones que pueden servir de rompecabezas (pero que no son ni una ni otra). Si existiera una librería en Guadalajara que no cediera a este tipo de textos yo le juraría amor eterno, lamentablemente en nuestro país para que una librería sobreviva tiene que tener un poco de todo, incluyendo juguetes y demás objetos que no van en esos espacios, pero eso también puede ser tema de otra entrada...
Entiendo la disyuntiva, la de ambas partes: 1) engrosar nuestros libreros o armarios con artículos que no causan permanencia en nuestras mentes o corazones; 2) la de intervenir en todo lo relacionado con los hijos.
ResponderEliminarNo creas, en mi caso esta situación de no querer que mi hijo acceda a la basura se permea a otros ámbitos: comida, bebida, amigos, películas.
Por un lado, creo que vivimos agobiadas por un mundo que nos invade las células y temerosas de extraviarnos y extraviar a los niños, actuamos en consecuencia.
Por otro, está la situación del consumo.
La solución ¡crear bibliotecas! Poder acceder a los libros sin comprometernos con ellos de por vida...¡ja!