Érase una vez un alumno de bachillerato que leía y, no sólo
leía, comprendía más de lo que estaba dispuesto a demostrar en un trabajo
académico. A pocas cosas tan frustrantes me he enfrentado como maestra, a pesar de que
la Historia esté plagada de genios a los que “les iba mal” en la escuela, me
molestaba tremendamente que este alumno reprobara y reprobara consistentemente
pudiendo tener las mejores notas. Por el contrario, él parecía bastante cómodo
con su modo de ir pasando como el que más sabía, pero también como el que más
materias dejaba a extraordinario. ¿Cómo era posible que no se molestara en
ocultar su inteligencia explicando a todos sus compañeros cualquier cosa que los
hacía tirarse de los pelos la semana de entrega de trabajos?
No servía para estimularlo la adulación, ni ningún argumento
lo convencía de acceder de un modo ordinario a la evaluación. Simplemente
parecía que despreciaba las calificaciones
como si éstas pudieran arrebatarle el placer del conocimiento. Además,
este alumno era dueño de un exquisito sentido del humor, así que no era difícil
imaginar que en cualquier camino que emprendiera, la buena fortuna le
acompañaría. Así trataba yo de consolar a su preocupada madre cuando me
compartía su consternación.
Sin embargo, estuve decidida a conseguir que al menos
Literatura la aprobara en el calendario corriente y le tendí una pequeña
trampa. Entre sus mayores talentos estaba el dibujo, desde que estaba en la
secundaria parecía ser esta actividad la que gozaba de la mayor parte de su
tiempo e interés. Todo lo dibujaba y tenía además ese refinamiento del caricaturista
que observa el detalle y lo transforma en un mensaje gráfico. Tengo que decir que
me he hecho mis mañanas para detectar cuando el análisis es el resultado de copy + paste en Wikipedia, pero nada ha
resultado más certero que un análisis de personajes dibujado. Recuerdo que
dibujó a cada personaje de Pudor, una
novela de Santiago Roncagliolo, con tal detalle y precisión que
no tuvo más remedio que resignarse a una buena nota.
Él no volvió a hacer trabajos escritos de Literatura pero he
sabido que le va muy bien en su carrera, misma que por supuesto, tiene que ver con la
creatividad y el dibujo, y por cierto… cuando lo hace, escribe muy bien, una
secuela inevitable del lector. Yo descubrí
otras formas de evaluar Literatura y entendí que es necesario permitir que se
manifieste lo aprendido de maneras diferentes.
La ilustración que aquí les comparto es de otro alumno quien,
como su precursor, dibuja muy bien, aunque éste no era resistente a
escribir, ni a las buenas notas. El dibujo formó parte de un análisis de Mi vida con la ola uno de los relatos de
Octavio Paz que corresponden a su etapa surrealista. Ahí está la incorpórea ola, con su aborrecida
belleza. Ahí están los lujuriosos peces nadando entre ella, los barquitos y
demás juguetes con que el narrador había buscado complacerla.
Pero esa es otra historia... ya se las contaré.
sd
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