En mi último cumpleaños recibí un
kindle de parte de mi familia. Uno de esos artilugios de la tecnología moderna
en que uno lee libros en versión electrónica. Un par de años atrás tuve
noticias del artefacto y lo miré con desconfianza y recelo; me dije a mi misma
que seguramente yo no sería candidata de esta novedosa práctica de lectura. A
menudo tengo la impresión de que nací en el siglo equivocado y me siento presa
de una nostalgia perenne de otros tiempos. Ni hablar, nada puede suplir el
gusto de darle vuelta a una hoja de papel,
el grave trazo que puede hacerse sobre una página señalando un fragmento,
la fascinación por las ediciones exquisitas.
Y sin embargo,
aquí estaba el aparato que en unos pocos gramos es capaz de contener una innumerable
cantidad de libros. No podía dejar de probar. Me sorprendí descubriendo que mucho
de mi opinión podía cambiar, destaqué la ventaja del ahorro de papel y la cuestión del espacio. Me acordé de Hans, el
personaje de una novela de Andrés Neuman, que viaja con un pesado arcón lleno
de libros. Un viajero de este siglo, podría viajar ligero y, al mismo tiempo,
llevar entera su biblioteca personal.
Estrené mi
regalo con una novela de una de mis autoras preferidas. Había tenido Higiene del asesino por lo menos dos o tres
años en un archivo digital, sin haberlo leído. Algo difícil de explicarse
porque Amélie Nothomb es una escritora que me provoca adicción; pero leer en la
computadora es algo asociado al trabajo, a la lectura que tiene tinte de
utilitaria, que no tiene mucho que ver con la lectura placentera, esa que se
hace porque sí, que connota esparcimiento y descanso.
Eché en falta
la paginación, en lugar de números en las páginas, se señala en una barra el
porcentaje del texto que se ha leído: el 20%, el 50%, el 80%. Nadie que fuera
pasando me señaló: “¿Ya vas a terminarlo?” Me encantó la posibilidad de consultar el
significado de una palabra, sin tener que levantarme para ir a buscar el diccionario.
Además se puede subrayar y hacer notas.
Es diferente, sí, pero empecé a
tomarle gusto a esta novedad.
Entonces, el
cínico personaje de Nothomb, un premio Nobel de Literatura que ha confesado un
oscuro secreto en su obra, se jacta de que
su crimen pasó desapercibido, gracias a que la gente no lee: “Hay muchas personas que llevan la
sofisticación hasta el extremo de leer sin leer. Como hombres rana, atraviesan
los libros sin mojarse lo más mínimo.” Y
pensé que es verdad, que lo importante de la lectura nunca ha sido la
superficie. Si la escritura está sobre una piedra, sobre un papiro, sobre una
hoja de papel bond o en una pantalla, lo sustancial es qué tanto podemos zambullirnos.
La palabra
libro empieza ya a alojar nuevas acepciones. Más allá de ese objeto entrañable
pero material, libro es, como lo dijo Kafka: “un hacha que rompa el mar de
hielo que llevamos dentro”.
sd
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