Durante este fin de semana coincidió
que pude conocer a los bebés de dos amigas cercanas, que no tienen
relación entre ellas. Compartí un
momento con cada una y mientras me contaban de esa etapa de los primeros meses de vida de sus hijos, recordé ese tiempo que ahora parece lejano. Mi
hijo mayor es ya más alto que yo y mi benjamín está en esa edad en que los
niños tienen facha de Daniel el travieso, mudando los dientes de leche.
Recordé las andanzas de la
lactancia, de los desvelos, del descubrimiento del amor tan grande que nos hace
capaces de despersonalizarnos, de dejar de ser nosotras por unos meses o años;
ese amor que nos permitió sobrevivir como especie, siendo tan frágiles, tan dependientes. Ese amor que halla recompensas en las cosas
más simples y nos hace apreciarlas como milagros, es también el que nos hace
temer, que nos transforma y nos hace
descubrir en nuestro interior lo que ninguna otra experiencia es capaz.
Para esas mujeres que están por
ser madres o lo han sido recientemente, les recomendaré un libro que leí hace
años, y que estas amigas han leído también La
maternidad y el encuentro con la propia sombra de la argentina Laura
Gutman. Punto y aparte de las creencias particulares,
esta lectura devuelve la confianza en el instinto, esa voz interior que con frecuencia
las madres silenciamos ante el ruido de tanta publicidad, tanto especialista,
tantos expertos que nos dicen qué y cómo hacer una tarea que está programada en
nosotras y que solo necesita un poco de comprensión y respeto para que pueda
ser reconocida.
sd
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