Cuando
era pequeña las cartas eran un recurso más para contar, si me peleaba con mi
mamá y no quería resolver el conflicto en ese momento y frente a frente, tomaba
papel y pluma y con mi infantil caligrafía y gusto por el drama, me deshacía en
palabras para expresar lo que sentía, creía y/o quería.
Mi
gusto por el género epistolar siempre ha estado influenciado por el enormísimo
placer que siento al recibir una carta; durante muchos años mi abuela me
enviaba postales y pequeñas notas que me informaban qué hacía o si se
encontraba de viaje, cuando tenía alguna actividad especial mi mamá se esmeraba
por resaltar el evento con una carta que dotara de mayor solemnidad el evento,
mis primeros romances estuvieron repletos de cartas llenas de lugares comunes
que buscaban ser expresiones amorosas pero casi siempre se quedaban entre el
relato cotidiano de aventuras y la copia de frases hechas, aún así era
delicioso recibirlas, leerlas y esconderlas.
Hace
un par de días mi esposo se topó con dos cartas que me hicieron recordar el
placer de las misivas y pensar en su ausencia en estos tiempos. Las cartas
tenían que ver con la vida y la intimidad de dos grandes intelectuales, en una
el padre de Einstein le pide a un maestro que ayude a su hijo Albert a
encontrar trabajo y delinear su rumbo en el mundo laboral, en otra el siempre
polémico Freud le escribe a su hija Sophie que no se preocupe tanto por el
conflicto que la aqueja y le ofrece su ayuda en todo sentido. Ambas son ahora
documentos históricos que ayudan a esclarecer la vida íntima de los personajes,
nos acercan al humano que tanto se aleja entre teorías y acontecimientos
científicos.
Escribir
cartas durante mucho tiempo fue el lazo entre un continente y otro, una
estrategia para comunicarse a la distancia y para resolver conflictos de todo
tipo. Hoy en día muchos epistolarios se leen como material literario y ayudan a
cincelar los contornos de ciertos personajes, las cartas de Julio Cortázar dan
cuenta de su afán perfeccionista en las ediciones de sus obras, reafirman su
espíritu lúdico y trazan las historias que circundaban a sus novelas y cuentos.
Las
cartas son un recurso aún cuando no las enviamos, son el mejor aliado de un
conflicto pues nos ayudan a pensar sobre lo pensado y entender mejor lo que
sentimos, mandar una carta es mandar una señal de vida, la caligrafía, la
elección del papel, el olor que la acompaña, todo nos ayuda a conocer un poco
más a ese otro que lejos, o cerca escribe.
La
escritura de cartas ha cesado casi por completo, en un inicio fue suplantada
por los correos electrónicos que en tiempos recientes se ven amenazados por
formatos más simples y cortos como los mensajes SMS o el chateo. ¿Será que el
pensamiento se reduce?, ¿el límite de caracteres lo es también del sentimiento?
Cuando
platico con mis alumnos sobre las cartas y sus posibilidades no hay uno solo
que ponga por encima el placer de un SMS al de una carta de amor escrita en
papel, aún ellos que no han recibido o escrito cartas anhelan el formato y esa
posibilidad de expresión sin límites.
¿Qué
pasaría si empezamos a rescatar los sobres, a coleccionar palabras y
sentimientos para contar por escrito?
Por
lo pronto les recomiendo algunas cartas y epistolarios que pueden ir
antojándoles la escritura de una buena carta.
Niñas de Lewis Carrol, un puñado de cartas, alegres y llenas
de juego que marcan la correspondencia entre el escritor de Alicia en el País
de las Maravillas y algunas niñas.
Carta al padre de Franz Kafka, un texto que marca la fuerza
literaria del autor, que nos acerca a nuestra propia realidad como hijos y
nuestras limitaciones como padres. Una
carta no enviada porque fue hallada en el cajón del escritor después de su
muerte.
Aires de la Colina, Cartas a Clara. La correspondencia entre
Juan Rulfo y su esposa.
Cartas de Julio Cortázar, en red se pueden leer algunas, para
el interesado en el género existen los extensos volúmenes epistolares
publicados por Alfaguara.
Cartas del Che Guevara, especial la que les escribe a sus hijos.
Nos leemos, cj.
Recientemente me encontré con las cartas que recibí de mi mejor amiga y de mis hermanos en el tiempo en que siendo adolescente, me mudé de ciudad. Las cartas son también una forma de recordarnos lo que eramos, por lo que pasabamos, lo que creímos importante o irremediable alguna vez. ¡Qué lindos recuerdos! ¿quién escribirá ahora para el porvenir?
ResponderEliminarMiguel Hernández en un poema que se llama, precisamente: Carta, describió todo eso que solo puede saber quien haya recibido una... "paloma forjada al fuego, con las dos alas plegadas y la dirección en medio".
Otras recomendaciones epistolaresres: Cartas a Ricardo de Rosario Castellanos (una historia de amor que late en la ternura de otra época y que de paso nos cuenta mucho del México del siglo pasado) y Donde el corazón te lleve, de Susana Tamaro (ésta, una pequeña novela donde el personaje de la abuela entrega a su nieta el poder de conocer su historia familiar)
Tienes toda la razón, las cartas que guardamos nos recuerdan lo que fuimos, el tiempo y la vida que dejamos.
EliminarNo me lo vas a creer pero apenas publique la entrada, sentí la ausencia de Cartas a Ricardo, sabía que tu las extrañarías, ¡qué bueno que las mencionaste!
Un abrazo
cj