Qué emocionantes son los inicios.
La semana antes de regresar a la escuela se parece un poco a la Navidad. En
diciembre uno envuelve regalos, con la ilusión de ver la sorpresa en los ojos
de los niños, en agosto se forran libros y se pasean los ojos por las páginas
que contienen otra clase de sorpresas.
Es inevitable ceder a la tentación de anticiparse a lo que descubrirán,
a lo que serán capaces de hacer, a las tareas que vendrán en la mochila.
Sustituir los lápices y los colores “enanos” por
otros con punta nueva. Listos para un paso más en la aventura de
crecer, los objetos nuevos anuncian conocimientos emocionantes. Así, cuando aparecen el compás y las escuadras en la lista de útiles, es señal de que ya
viene la geometría.
Este verano en la lista de 2° de
primaria viene un diccionario. “¡Ya voy a usar diccionario!” -se entusiasma mi hijo menor- y después de
pegar calcomanías en los cuadernos, se queda absorto en ese objeto que heredó
de su hermano (quizá por eso lo considera más valioso). Escribimos su nombre, abajo
del nombre del antiguo dueño y no tiene que decir nada más, se le nota lo importante que se siente, una
pizca de susto tal vez, porque no está seguro de poder usarlo tan fácil como los
grandes.
El diccionario es un libro un
poco distinto a otros. Es uno al que le podemos preguntar cómo se escribe una
palabra o qué significa, sabe un poco de todo y es como un buen amigo que hay
que tener siempre cerca.
Padres, maestros, niños… ¿listos
para empezar otro año? ¡Qué emoción!
sd
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