Después
del furor de los primeros días de clases llegan las reglas, los dimes y diretes
entre maestros y estudiantes, los límites, las estrategias, los diálogos y los encuentros entre adulto y adolescentes que permiten establecer una relación que
dé frutos para el resto del ciclo escolar.
Quien
se dedique a la docencia me entiende, las dinámicas cambian porque los alumnos
nunca son los mismos, pero los ciclos se repiten y eso es lo que hace que estar
con un grupo sea placentero pero también agotador y en muchas, muchas ocasiones
frustrante.
Mi
trabajo en gran parte consiste en hacer que mis alumnos lean, dicho así parece
un mal chiste ¿quién puede hacer que otro lea?, la verdad es que estoy
convencida de que nadie por más habilidoso que sea puede “hacer”, así como se
hace un pastel o una maleta para salir de viaje, que otro se convierta en
lector.
Lo
que a mi me sirve es propiciar encuentros, abrir todos los caminos posibles
para que mis alumnos se topen con un texto que les haga pensar y sentir que la
lectura es más que un instrumento o una encomiendo escolar.
Claro
que los caminos pueden ser brechas
cerradas y poco transitadas, espacios por los que no ha pasado civilización
alguna y que a veces surten efecto y atraen a ciertos lectores y otras veces
pasan desapercibidos y se pierden en el olvido.
En
mis primeros años como maestra, los textos menospreciados, las actividades que
calificaban de soporíferas y los comentarios sarcásticos me provocaban un
enorme malestar, al principio me enojaba, luego me culpaba, los culpaba y
pensaba que no estaba destinada a la docencia, al final la vida seguía y de una
u otra manera lograba salir a flote con las clases y mis propósitos escolares.
Después
de algunos años las cosas han cambiado,
estoy muy lejos de ser la imagen que enaltece el oficio y confirma la idea de
que ser maestro es un oficio que se perfecciona con el tiempo y las horas en el
aula, pero si algo he aprendido es a darle tiempo al tiempo y a sacarle
provecho a mis frustraciones y actividades
sin futuro.
Ya
no me peleo tanto con lo que sucede en el salón de clase, me muevo con más
confianza e intento ser sincera sobre lo que hablo, no me amenaza el alumno que
finge de todo para evadir el trabajo, el que se duerme o la que se molesta cada
vez que pido un poco de silencio, entiendo que el coraje no es hacía mí sino hacía el momento y la
frustración de un espacio pre-frabricado en el que estés o no de antojo tienes
que leer e intentar aprender.
Con
todo siempre hay huesos duros de roer, alumnos que se resisten y lectores muy
bien escondidos, lo bueno es que tenemos varios meses para intentar un
encuentro que sacuda hasta al más terco.
cj
No hay comentarios:
Publicar un comentario