Hoy
hace noventa años en Mora, Azinhaga (Ribatejo, Portugal) nació un escritor
entrañable, una persona que a través de la escritura demostró sensibilidad y
empatía hacía los seres humanos.
El
escritor del que hablamos es José Saramago quien hoy celebraría su cumpleaños número 90 y será
objeto de diversas celebraciones. Su fundación propone a los lectores elegir
una palabra que identifiquen como fundamental en la obra del autor, comentar el
porqué y enviarla en un tweet; luego todas serán recopiladas y publicadas en la
página web de la editorial Alfaguara. Pero muchos lectores crearon sus propias
iniciativas y los tweets y mensajes alusivos a la obra del autor comenzaron
desde la madrugada.
Yo he
decido expresar mi profundo cariño por Saramago al recordar mi primer encuentro
con su obra y la vez que lo vi en la FIL.
Llegué
a Saramago por casualidad, a el maestro de la clase de Análisis Experimental de
la Conducta se le ocurrió que deberíamos leer Ensayo sobre la Ceguera, elegir
un personaje de la obra y aplicar los conocimientos teóricos de la materia con
el personaje de ficción.
La
clase no me gustaba pero leer siempre ha sido un vicio, así que compré el libro
y comencé la lectura. El Saramago al que había llegado por encargo pronto empezó
a rebelarse frente a mis ojos; sus pensamiento sin vacilaciones, la fuerza de
la historia y la profundidad de las frases, chocaban contra mis expectativas y
me exigían un esfuerza intelectual que me dejaba exhausta, dicho de otro modo:
tuve que aprender a leerlo, tomar una y otra vez la frustración que me
provocaba quedarme sin aliento al intentar leerlo en voz alta y conocerlo más
allá de mis prejuicios y vacilaciones.
Al
terminar Ensayo sobre la ceguera, Saramago ya era uno de mis clásicos, pocas
veces me ha sucedido que con solo una obra un escritor me conquiste, con él no
hubo necesidad de más encuentros, una
novela fue suficiente para afianzar nuestra amistad.
Después
seguí con
La Caverna, El cuento de la isla desconocida, Ensayo sobre la
Lucidez, La flor más grande del mundo, Las intermitencias de la muerte, El
cuaderno y más. Aunque tengo mis favoritos, sus historias siempre se comunican
sin intermediarios con mi inconsciente; así sin saberlo enfrento algunos
miedos, frustraciones y alegrías que hacen que su escritura sea inolvidable.
La
única vez que vi a Saramago fue en la FIL, el día en el que presentó acompañado
de Pilar (su ahora incansable viuda) Las intermitencias de la muerte, hablaba
pausado pero con gracia, sus movimientos eran ágiles para su edad y su voz
encajaba perfecto con su narrativa. Platicó sobre el nuevo libro, y la historia
que contaba, atendió con calma a las preguntas del auditorio y en un gesto por
demás generoso escuchó la demanda de un señor del público que le habló de los
Zapatistas y le pidió que comentara sobre el tema.
Saramago
para mí era la voz de la sociedad de los últimos años, una voz que no se
callaba lo que pensaba y opinaba con melodía sobre las injusticias que nadie
quería ver, su obra seguirá resonando por muchos años, y si es que nos
mostramos un poquito más dispuestas, tal vez nos ayude a encontrar la forma de volvernos
más humanos.
¡Felicidades
querido José!
* Ahora que voy cerrando el texto, recuerdo que
también tuve la oportunidad de ver y escuchar a Saramago en una exquisita
lectura de fragmentos de Las Intermitencias de la muerte. Junto con Gael García
y un perro que demostró excelentes modales, leyó con toda pericia, la
inquietante historia.
Nos
leemos.
cj