Ahí estaba, frente a la glorieta, recargado en su destartalada camioneta y vendiendo cochinitos de cerámica, de esos que antes usábamos para ahorrar monedas. Era un Cipriano Algor, aunque ése no fuera su nombre verdadero.
Seguí mi camino con el corazón apachurrado. Un hombre entre 60 y 80 años vendiendo cochinitos blancos con flores de colores, una decoración típica de las alcancías de mi niñez, de ésas que para sacar el dinero de adentro había que romperlas. Hoy, ¿todavía ahorran las personas las monedas que andan por ahí?, ¿nos gusta utlizar los cochinitos o ya no van con nuestras decoraciones minimalistas?, ¿por cuánto tiempo este señor se dedicó a trabajar vendiendo este tipo de mercancía?, ¿a dónden vas ustedes si quieren comprar una alcancía?
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No contaré más sobre la historia que me resultó dolorosa de principio a fin, por verla tan auténtica de la realidad circundante. Lo que sí diré es que recomiendo leerla pues a través de ella se puede llevar un análisis de la vida actual y un bosquejo del futuro inmediato.
Y cuando vean un Cipriano Algor por ahí, salúdenlo y díganle que sí, que todavía tiene lugar en este mundo.
dfcg
*La autora sí tiene cochinito blanco con flores de colores y ahí ahorra para su viaje a París.
¡Hermoso! Conozco al Cipriano Algor del que hablas y al verlo muchas veces intento imaginar su historia y adivinar las ventas del día.
ResponderEliminarLa novela de La Caverna es uno de los dardos sociales clásicos de Saramago, yo también la leí con angustia, maravillada por la prosa y la realidad que exhalaba.
Gracias Dul, por esta recomendación.