agosto 17, 2015

El mundo perdido de la niñez

Explorar la infancia y la niñez es una audacia a la que pocos se atreven; para hacerlo, hay que despojarse de los ojos adultos y estar dispuesto a un viaje profundo hacia la propia vulnerabilidad.
En El caballo perdido (1943) Felisberto Hernández recreó, como en una ceremonia sensual, la vista y el tacto con que la curiosidad de un niño revela el misterio de los objetos. En su lucha por recuperar la memoria, el narrador acusa la intromisión de su versión adulta: “Hay un solo instante en que los ojos de ahora ven bien: es el instante fugaz en que se encuentran con los ojos del niño” (Hernández 1983 p. 36). Ese ‘socio’ –como lo llama Felisberto Hernández- está presente también en la novela El mundo de Juan José Millás, que renuncia al disimulo de las heridas para buscar la honesta experiencia de la niñez: “Cuando escribo a mano, sobre un cuaderno, como ahora, creo que me parezco un poco a mi padre en el acto de probar el bisturí eléctrico, pues la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas” (Millás 2014 p. 8).
Millás reconstruye un mundo infantil lleno de oposiciones perceptuales: “Nos colocábamos la chaqueta del pijama sobre la camiseta de tirantes, que era una segunda piel, y nos metíamos tiritando en la cama. A veces me masturbaba, no tanto por placer como por la curiosidad de que de un cuerpo yerto saliera un jugo caliente” (Millás 2014 p.14); pero, sobre todo, desvela la verdad que el discurso adulto oculta “Madrid es la capital, un lugar en el que las oportunidades se multiplican, en el que hay de todo (pronto advertiría que no había playa, ni mar, ni calor, entre otras cosas esenciales), en el que uno puede llegar a ser lo que quiera…” (ibid. p. 21-22).

La salida a la adolescencia está en la calle que, vista primero desde ‘dentro’ en un sótano que refugia la fantasía del juego, se convierte en el ‘afuera’ donde se ganan las explicaciones a los misterios. Ahí, afuera, llega con el desengaño del amor pueril la primera muerte propia: “Y bien, ¿podía salir del cuarto de baño e incorporarme a la vida familiar confesando que me había muerto (de amor)? Era evidente que no, de modo que tenía que fingir que continuaba vivo, ya veríamos durante cuánto tiempo” (ibid. p. 142).
Esta novela, escrita con honestidad, invita al lector a recordar cómo era el mundo en la niñez para buscar su propio caballo perdido.

sd

Hernández, Felisberto (1943/1983) Obras completas vol. 2, México, Siglo XXI
Millás, Juan José (2007/2014) El mundo México, Planeta

julio 28, 2015

Momo y el tiempo

Decimos que una persona que calla, que no habla, guarda silencio. ¿Qué guarda quien escribe y deja de hacerlo por un tiempo?

Hace dos años me volví a poner la mochila en el hombro y desde entonces mi lectura y escritura han estado concentradas, casi por completo, en la Lingüística. Mis escapadas entre Morfología, Sintaxis y Semántica eran a pequeños parajes de relecturas, uno que otro pellizco furtivo a la poesía para mantener saludable mi relación con el lenguaje y, solo de vez en cuando, una novela corta.
Para romper mi silencio esdrújulo de estos dos años, vengo a escribir sobre una de esas relecturas. Leí Momo hace muchos, muchos años. En mi vieja edición maltratada de hojas amarillas, apenas reconocí la letra con la que escribí mi nombre sobre la portadilla porque todavía no tenía mi trazo definitivo. Momo salió de su mutismo para encarnar su historia otra vez, en dos voces turnadas: la de René y la mía, para que luego jugáramos a ser Gigi (él) y Beppo (yo).
No voy a reseñar la novela, muchas reseñas debe haber de ella. Lo que quiero es compartir mi lectura adulta y la lectura infantil de René. Momo es la lucidez que perdimos para distinguir cosas importantes en un mundo  en el que los hombres grises asechan y engatusan:
“Querido amigo -contestó el agente, alzando las cejas-, usted sabrá cómo se ahorra tiempo. Se trata, simplemente, de trabajar más de prisa, y dejar de lado todo lo inútil. En lugar de media hora, dedique un cuarto de hora a cada cliente. Evite las charlas innecesarias. La hora que pasa con su madre la reduce a media. Lo mejor sería que la dejara en un buen asilo, pero barato, donde cuidaran de ella, y con eso habrá ahorrado una hora. Quítese de encima el periquito. No visite a la señorita Daria más que una vez cada quince días, si es que no puede dejarlo del todo. Deje el cuarto de hora diario de reflexión, no pierda su tiempo precioso en cantar, leer, o con sus supuestos amigos. Por lo demás le recomiendo que cuelgue en su barbería un buen reloj, muy exacto, para poder controlar mejor el trabajo de su aprendiz” (Ende 1987 p. 69)

A René le pareció interesante y emocionante. Dice que es “Terrorífica  pero también compasiva… trata de amor y tratar bien a tus amigos”.  Los planes de los agentes del tiempo son, efectivamente, terroríficos, quieren que los padres vean a sus hijos como “el material humano del futuro” un futuro  que necesitará un “ejército de especialistas y técnicos” para el que los niños tendrán que estar preparados, no se les puede permitir “perder su precioso tiempo en juegos inútiles” sería “una vergüenza para nuestra civilización y un crimen ante la humanidad futura” (p. 69).
Leer a Michael Ende con mi hijo, desde esta humanidad futura, me pareció de lo más oportuno.

sd


Ende, Michael (1987) Momo Barcelona: Alfaguara

junio 12, 2015

La edad de la punzada.

Me recomendaron a Xavier Velasco dos de sus grupis. Confieso que no terminé el primer libro de su autoría que cayó en mis manos (Éste que ves).
Imagen tomada de CNN México

Me regalaron este que ahora reseño. Le di una segunda oportunidad y me agradó.
Viví al lado del personaje principal (un adolescente de los 14 a los 17 años) los pensamientos, sentimientos, impulsos, temores, anhelos y remordimientos que a un joven varón de clase socioeconómica alta pudo haber experimentado en la década de los 80's.

A esa edad, en verdad ¿se puede estar pensando en cómo echar novia cuando tu padre está en la cárcel?, ¿puedes estar manejando a alta velocidad el auto que tus padres te acaban de regalar?, ¿puedes ocultar que has reprobado de año escolar solo para tener una guitarra que no sabes tocar?

No lo sé, no puedo recordarlo (o me duele hacerlo) y me angustia pensar que ahora puedo llegar a ser madre de un adolescente con esas ideas.

dfcg

enero 14, 2015

Mi meta de lecturas 2015

Hoy un amigo me preguntó si plantearme una meta numérica no endurecía el placer de la lectura.

Su comentario me sentó a pensar. Observé lo siguiente.

Desde hace tres años me he planteado una meta de lectura. Inicié con 20 libros y lo logré, así que al siguiente año me plantié 24 libros, dos libros por mes, me dije y lo logré. El año pasado ambientada en la ciudad del encierro por cuestiones de clima (Seattle) y con una biblioteca pública con un amplio acervo de literatura en español me decidí por 48 libros. No lo logré, leí 44 y aunque mi espíritu competitivo me hizo querer elegir -en el último mes- libros delgados para lograr los 48 no lo hice. Pensé que si así lo hacía estaba abandonando el placer por la meta.



Este año me he vuelto a plantear 48.

Solo cuento los libros de ficción. No cuento las tesis a las que de manera cotidiana doy lectura, ni a aquellos que por motivos de trabajo leo.

Si lo alcanzo no será motivo para recibir una medalla, si no lo alcanzo, tampoco me sentiré mal, lo que sí creo es que el número me mantiene atenta, como si fuera algo preciado que estuviera en una repisa que alguien ha colocado muy alto y que yo estoy pensando cómo lograr alcanzar lo que ahí se ha puesto.

¿Y tú, te unes a un reto de lecturas o prefieres leer lo que va llegando a tu mesita de noche?

Como sea que lo hagas, déjanos saber qué estás leyendo.

dfcg