julio 28, 2015

Momo y el tiempo

Decimos que una persona que calla, que no habla, guarda silencio. ¿Qué guarda quien escribe y deja de hacerlo por un tiempo?

Hace dos años me volví a poner la mochila en el hombro y desde entonces mi lectura y escritura han estado concentradas, casi por completo, en la Lingüística. Mis escapadas entre Morfología, Sintaxis y Semántica eran a pequeños parajes de relecturas, uno que otro pellizco furtivo a la poesía para mantener saludable mi relación con el lenguaje y, solo de vez en cuando, una novela corta.
Para romper mi silencio esdrújulo de estos dos años, vengo a escribir sobre una de esas relecturas. Leí Momo hace muchos, muchos años. En mi vieja edición maltratada de hojas amarillas, apenas reconocí la letra con la que escribí mi nombre sobre la portadilla porque todavía no tenía mi trazo definitivo. Momo salió de su mutismo para encarnar su historia otra vez, en dos voces turnadas: la de René y la mía, para que luego jugáramos a ser Gigi (él) y Beppo (yo).
No voy a reseñar la novela, muchas reseñas debe haber de ella. Lo que quiero es compartir mi lectura adulta y la lectura infantil de René. Momo es la lucidez que perdimos para distinguir cosas importantes en un mundo  en el que los hombres grises asechan y engatusan:
“Querido amigo -contestó el agente, alzando las cejas-, usted sabrá cómo se ahorra tiempo. Se trata, simplemente, de trabajar más de prisa, y dejar de lado todo lo inútil. En lugar de media hora, dedique un cuarto de hora a cada cliente. Evite las charlas innecesarias. La hora que pasa con su madre la reduce a media. Lo mejor sería que la dejara en un buen asilo, pero barato, donde cuidaran de ella, y con eso habrá ahorrado una hora. Quítese de encima el periquito. No visite a la señorita Daria más que una vez cada quince días, si es que no puede dejarlo del todo. Deje el cuarto de hora diario de reflexión, no pierda su tiempo precioso en cantar, leer, o con sus supuestos amigos. Por lo demás le recomiendo que cuelgue en su barbería un buen reloj, muy exacto, para poder controlar mejor el trabajo de su aprendiz” (Ende 1987 p. 69)

A René le pareció interesante y emocionante. Dice que es “Terrorífica  pero también compasiva… trata de amor y tratar bien a tus amigos”.  Los planes de los agentes del tiempo son, efectivamente, terroríficos, quieren que los padres vean a sus hijos como “el material humano del futuro” un futuro  que necesitará un “ejército de especialistas y técnicos” para el que los niños tendrán que estar preparados, no se les puede permitir “perder su precioso tiempo en juegos inútiles” sería “una vergüenza para nuestra civilización y un crimen ante la humanidad futura” (p. 69).
Leer a Michael Ende con mi hijo, desde esta humanidad futura, me pareció de lo más oportuno.

sd


Ende, Michael (1987) Momo Barcelona: Alfaguara