julio 26, 2012

Correr, leer, imaginar...


¡Correr! Si existe alguna actividad más feliz, más estimulante, más nutritiva para la imaginación, no tengo idea cuál podría ser.
Joyce Carol Oates

Además de la lectura una de mis actividades entrañables es correr, es curioso porque puedo trazar mi historia como corredora casi a la par de mi historia como lectora, ambas actividades comparten el gusto que yo encontré en ellas mucho antes de ser capaz de realizarlas, pues desde que tengo memoria mi mamá y mi papá han sido corredores y lectores  constantes y persistentes en sus metas, cada uno con sus formas y artilugios y siempre respetuosos de no imponer (casi ni siquiera invitar) a realizar estas actividades. Creo así que mi pasión por hundirme en los libros o visitar el pavimento es en cierta forma una herencia fortuita.

Sin embargo, llegado el tiempo en el que pude convertirme en corredora y lectora ninguna de las dos cosas se me dio de forma natural, mi historia de lectura tiene sus altibajos; fui una lectora alegre durante la infancia y una adolescente dividida entre las lecturas elegidas y las impuestas en la escuela, por años leer fue mi refugio ante la soledad y mi escudo en los momentos en los que me sentía ajena a todo y a todos, en mi etapa universitaria leer fue un proceso doloroso, una herramienta que me ayudó (otro día les platicaré la historia) y que a pesar de todo logré integrar por completo a mi persona y mi esencia, con la certeza de que no importa qué suceda siempre seguiré leyendo.

Al correr las cosas resultaron similares, durante la infancia disfrutaba del aire y de breves trotes junto a mi papá, luego dejé de hacerlo por sentir que no era una actividad propia y confrontar, como buena adolescente, las costumbres y hábitos de mis padres. No fue hasta mi etapa universitaria, cuando cansada de mi sedentarismo y en busca de un deporte “barato” pensé por primer vez en correr un poco más. El inició fue un desastre más allá del placer que sentía al terminar de correr todo era una tortura; estaba en pésima condición, no tenía la costumbre de fijarme bien al cruzar las calles y a la par mantener el paso, durante meses me dolieron las piernas y era consciente de cada segundo que pasaba en movimiento, tan consciente que lo único en lo que pensaba era en el tiempo que me faltaba para regresar a casa, bañarme y olvidarme de correr.

A pesar de todo seguí corriendo y sin darme cuenta la tortura empezó a dar paso a una calma y una sensación de bienestar que solo conocía mientras leía. El ruido de mi mente se llenaba con cada paso de un silencio creador y cómodo, el esfuerzo físico me ayudaba a relajarme y ver todo desde otra óptica.

A la fecha leer y correr han sido mis asideros en los momentos más difíciles, son dos joyitas que no importa lo que esté pasando en mi vida me ayudan a volver a entenderme. Me siento tan feliz en una biblioteca o una librería como lo hago en el parque o corriendo en la calle, me enamoro de las ciudades en las que he corrido casi igual que de aquellas que he leído, la ficción que buscó y satisface la literatura también la vivo un poco cuando corro y me pierdo en mis vidas posibles.

En suma, como dijo la escritora estadounidense Joyce Carol Oates “Durante los días en que no puedo correr, no me siento “yo misma”, y quien quiera que “yo” me sienta en esas ocasiones, me gusta mucho menos que la otra”.
 
Al respecto les recomiendo dos lecturas pertinentes para el tema, ambas tratan más la diada escribir/correr, pero para el buen lector, el placer de la lectura está implícito en los dos textos.

1)   De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami, el libro es una especie de memoria y confesionario del escritor japonés, a pesar de las múltiples críticas que recibió por el lenguaje sencillo y lleno de anécdotas, yo lo considero un testimonio sincero de alguien que encontró en el correr y escribir una forma de vida.


2)   El segundo texto es un ensayo de Joyce Carol Oates que encuentran aquí. Es un texto corto, sencillo y evocador que convoca a otras lecturas y da cuenta del placer que encontraban en largas caminatas ciertos escritores.

Hasta aquí por el día de hoy, ojalá y se animen a dejar un comentario y seguir la charla.

cj

julio 25, 2012

La novela negra mexicana

Inicié mis primeros pasos en la novela negra (sin saber que esa categoría existía) con Asesino solitario (Mendoza, 1999), historia que planteaba la tesis que un candidato presidencial de México sería asesinado en Culiacán. La novela está escrita en primera persona, narrada debajo de un puente que cruza el río Humaya, todo lo descrito tiene que ver con la cultura sinaloense en especial con lo que ocurre (ha ocurrido y quizá ocurrirá) en Culiacán (la capital del Estado).

     Dicha novela me la leí en un santiamén y entonces busqué otras del mismo autor. Fue entonces cuando encontré Balas de Plata (Mendoza, 2008), donde el protagonista -"Zurdo" Mendieta (yo creo que su alter ego)- es un policía de la ministerial un tanto ocupado por los asesinatos, tan comunes y constantes, de una ciudad con mucha riqueza económica y poca cultural.

     A esta lectura le siguieron, Efecto Tequila, Cóbraselo caro, La prueba del ácido (Mendoza, 2004; 2005; 2011), es decir casi toda su producción literaria (curiosamente me falta El amante de Janis Joplin que desapareció de mi librero).

     Sus novelas describen asesinatos, el mundo del crimen mezclado con las altas esferas sociales y políticas. Su escenario es la ciudad de Culiacán y algunos puntos de Mazatlán, ambientes de tráficantes de drogas ilegales desde la década de los 60's. La narrativa es vertiginosa pues Elmer Méndoza (1949-) pone en papel los diálogos, los pensamientos, las descripciones usando para separar una idea de otra comas y puntos, no recurre ni a los guiones y en pocas ocasiones usa el recurso de la cita.

     Leer a Elmer (me gustaría poderlo tutear y citarlo en el café Miró, como lo hace Mendieta, para escucharlo hablar o mejor aún, conseguir que me diera su taller literario en línea y de "a grapas") requiere de entrenamiento, es necesario que la decodificación del texto se realice de manera distinta, tal como sucede cuando lees a Saramago, por ejemplo. Leerlo es preguntarse qué parte de la historia es verdad y cuál imaginó (¿imaginó algo o sólo describe la realidad?), leerlo es pensar si en algún momento  -en especial viviendo en este México violento- verás descrito algo que te sucedió o le pasó a una persona cercana, leerlo es comprobar que en México, incluso en un lugar de tan bajo índice lector, pueden surgir escritores de calidad y talla internacional.
 

dfcg

julio 23, 2012

Una nueva forma de leer.


En mi último cumpleaños recibí un kindle de parte de mi familia. Uno de esos artilugios de la tecnología moderna en que uno lee libros en versión electrónica. Un par de años atrás tuve noticias del artefacto y lo miré con desconfianza y recelo; me dije a mi misma que seguramente yo no sería candidata de esta novedosa práctica de lectura. A menudo tengo la impresión de que nací en el siglo equivocado y me siento presa de una nostalgia perenne de otros tiempos. Ni hablar, nada puede suplir el gusto de darle vuelta a una hoja de papel,  el grave trazo que puede hacerse sobre una página señalando un fragmento, la fascinación por las ediciones exquisitas.
Y sin embargo, aquí estaba el aparato que en unos pocos gramos es capaz de contener una innumerable cantidad de libros. No podía dejar de probar. Me sorprendí descubriendo que mucho de mi opinión podía cambiar, destaqué la ventaja del ahorro de papel y  la cuestión del espacio. Me acordé de Hans, el personaje de una novela de Andrés Neuman, que viaja con un pesado arcón lleno de libros. Un viajero de este siglo, podría viajar ligero y, al mismo tiempo, llevar entera su biblioteca personal.
Estrené mi regalo con una novela de una de mis autoras preferidas. Había tenido Higiene del asesino por lo menos dos o tres años en un archivo digital, sin haberlo leído. Algo difícil de explicarse porque Amélie Nothomb es una escritora que me provoca adicción; pero leer en la computadora es algo asociado al trabajo, a la lectura que tiene tinte de utilitaria, que no tiene mucho que ver con la lectura placentera, esa que se hace porque sí, que connota esparcimiento y descanso.
Eché en falta la paginación, en lugar de números en las páginas, se señala en una barra el porcentaje del texto que se ha leído: el 20%, el 50%, el 80%. Nadie que fuera pasando me señaló: “¿Ya vas a terminarlo?”  Me encantó la posibilidad de consultar el significado de una palabra, sin tener que  levantarme para ir a buscar el diccionario. Además se puede subrayar y hacer notas.  Es diferente, sí, pero  empecé a tomarle gusto a esta novedad.
Entonces, el cínico personaje de Nothomb, un premio Nobel de Literatura que ha confesado un oscuro secreto en su obra,  se jacta de que su crimen pasó desapercibido, gracias a que la gente no lee:  “Hay muchas personas que llevan la sofisticación hasta el extremo de leer sin leer. Como hombres rana, atraviesan los libros sin mojarse lo más mínimo.”  Y pensé que es verdad, que lo importante de la lectura nunca ha sido la superficie. Si la escritura está sobre una piedra, sobre un papiro, sobre una hoja de papel bond o en una pantalla, lo sustancial es qué tanto podemos zambullirnos.
La palabra libro empieza ya a alojar nuevas acepciones. Más allá de ese objeto entrañable pero material, libro es, como lo dijo Kafka: “un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro”. 

sd

julio 19, 2012

Comer y Leer



Aprovecho el pretexto de las vacaciones para hablar de ciertas diadas que me parecen interesantes. Empiezo hoy con: COMER Y LEER. En un ejercicio de asociación lo primero que pienso es lo siguiente: me encanta comer y me encanta leer ¡ahí está! actividades disfrutables, eso es lo que tienen en común.

Luego pienso un poco más y vienen a mi mente ciertos recetarios, leer para comer, es decir palabras que me ayudan a crear un platillo, ¡vaya deleite! Seguir las páginas de un recetario, pasar los dedos enharinados por encima de la lista de ingredientes, pensar y tratar de recordar si ya pusiste el ingrediente o todavía no, la imperiosa necesidad de seguir en orden las instrucciones, la lectura desbordada de los pasos para amasar, sancochar, hornear o crear todo un nuevo engendro en la cocina. Sí, definitivamente comer y leer para mí tiene que ver con cocinar, con los recetarios heredados y las recetas ilegibles, con las tradiciones culinarias y el placer de crear.

¿Qué más hay entre la comida y la lectura?, platicar de libros entre comensales es una delicia doblemente disfrutable, hablar de libros puede hacer que se nos haga agua la boca al imaginar una buena lectura, leer puede dar hambre (en mí caso particular, mucha), un cuento o novela con un personaje que cocina también nos deleita y nos antoja, ciertos ingredientes aunque sean leídos pueden causarnos repulsión o de plano hasta quitarnos el hambre.

¿Comer y leer al mismo tiempo? Me declaro total, completa y absolutamente incompetente, las veces que lo he intentado mis libros terminan llenos de manchas de grasa, decorados con alguna salsa misteriosa o como albergue de moronas clandestinas, confieso que envidio tremendamente a aquellos que con toda calma comen (lo que sea que estén comiendo) y siguen sin problemas la trama de lo que leen. Yo en cambio o como o leo, nunca las dos cosas al mismo tiempo ¿y ustedes?

cj

julio 18, 2012

Dos para adolescentes o para adultos que adolecen

Trabajo con adolescentes. Lo hago desde hace 18 años. Cuando inicié, a mis 22 años, me sentía todavía una de ellos, solía confundirme entre los jóvenes de 15 a 18 años, vestía como ellos, mis gustos musicales, de cine y de televisión no diferían, de hecho muchos de mis actuales (y profundos) amigos pasaron por esos primeros años de mi trabajo en aulas. La diferencia entre ellos y yo (además de la edad, claro) era nuestro gusto por la lectura.

En Sinaloa, la gente lee poco, los jóvenes no son la excepción (espero esa tendencia se esté revirtiendo), mientras yo me iba a La Ley (supermercado regional) a buscar un domingo por la mañana libros, ellos -mis alumnos- estaban organizando su visita a la playa, pensando qué verían en el cine o con quién irían a "dar la vuelta".

Ahora, 18 años después, comparto lecturas con mis alumnos y en algunos casos, selecciono de los libros que más les están interesando a ellos. Tal fue el caso de los dos últimos libros que he disfrutado: Correr o morir (James Dasher, 2010) y los Juegos del Hambre (Suzzane Collins, 2009).

En ambas historias los protagonistas son adolescentes, en ambas los adultos han destruido la esperanza para ellos por tanto, son ellos quienes tienen que buscar salvarse, sobrevivir, salir adelante. Son inteligentes y se las ingenian para engañar a los adultos y librarse de aquello a lo que habían sido destinados por los adultos.

Leyendo ambas novelas me ha rondado preguntas como: ¿será qué lo narrado por los autores es la recolección de las sensaciones que albergan los adolescentes actuales?, ¿acaso su vida no tienen sentido, tienen tantos satisfactores, que lo que rebelan los altos índices de venta de estas novelas es la sensación de -al menos en la fantasía- librar batallas, saber vivir con poco y salir victoriosos?

Quizá valga la pena llevar a cabo una investigación al respecto, quizá ya existan resultados de investigaciones que nos brinden respuestas sobre estas inquietudes. Lo que hasta el momento puedo afirmar es que las novelas donde los protagonistas adolescentes viven aventuras que los ponen al borde de la muerte, que libran batallas y son insurrectos de las leyes adultas, resultan un buen e inocente escape a las fantasías de los jóvenes de todos los tiempos.

dfcg

julio 14, 2012

Yolanda Reyes nos platica sobre Cucú y su proceso creativo

Cucú: aparecer y desaparecer


Hoy, como el día sigue nublado y yo voy retrasada con mi publicación, se me antojó platicarles de un libro que tiene mucho que ver con la lluvia, las palabras y el encanto que causan en los pequeños las rimas bien hechas y las historias bien contadas.

El libro es Cucú, escrito por Yolanda Reyes, ilustrado por Cristián Turdera y publicado por la editorial Océano Travesía.

Es un libro en verso que juega el juego favorito de los más pequeños: aparecer y desaparecer. Cuando lo leí por primera vez, de inmediato pensé en mi pequeña hija de dos años que igual se esconde en un huequito de la sala, detrás de una hoja de papel o de su manita con el deseo siempre de ser encontrada.


Pero no me apropio de la historia y hoy que es fin de semana les dejo (en la siguiente entrada) a la propia Yolanda Reyes para contarles cómo es que imaginó la historia, qué le gusta del cuento y la experiencia que tiene al trabajarlo con los pequeños, y escuchen todo, porque al final de la entrevista nos cuenta CUCÚ completito.

Que tengan un feliz y lluvioso fin de semana. Y ya saben, si están aburridos jugar a las escondidas siempre recoge buenas risas.

cj

julio 12, 2012

Ver la vida como una película

Hace años al salir de ver la película Truman´s Show (Peter Wein, 1998) los amigos con los que iba expresaron que a varios de ellos se les había ocurrido pensar de esa manera: alguien dirigía todo y ellos eran los protagonistas. Seguro, más allá de un reality era nuesra visión teocentrista del mundo ¿no? Un Dios que movía los hilos de nuestra vida.

Sin pensar en ello, Isabel Coixet se escribió La vida es un guión (2007) en el que integra una serie de reflexiones sobre su percepción de la vida y cómo ésta y cada parte de ella podría transformarse en un corto o un largo metraje.

La sencillez con que está redactada puede provocar en el lector -por lo menos lo hizo en mi- la identificación con lo descrito: los primeros minutos del despertar, la obsesión por buscar casa, las preguntas de vida de una universitaria, la descripción de un día de trabajo.

De lectura sencilla (de esos libros que puede uno traer en el bolso porque además no pesa), cada apartado es un postrecito para dejar divagar las cabecita de las preocupaciones diarias. ¡Disfrútenlo!


dfcg

*Imagen de la autora tomada del Blog de cine español.

julio 09, 2012

Las lecturas obligadas.



Cuando empecé a dar clases de Literatura en bachillerato estaba convencida de que el mejor camino era dejar que los muchachos escogieran qué leer. Que de nada servía imponer textos que, aunque gloriosos, no les significaran nada, ya fuera por falta de experiencias  o  de conocimientos previos.  Tratándose de obras maestras,  vale más llegar tarde que temprano  a la cita.  Conozco a alguien que en la secundaria leyó obligadamente  La Ilíada, y no volvió a tocar un libro.
Con esta convicción, cualquier libro estaba permitido en mi clase, siempre y cuando se tratara de Literatura de verdad.  Ahí empezaron los problemas, no existe una definición precisa de literatura que se pueda mostrar a un alumno.  Lo que es y lo que no es literatura se aprende en el camino, mientras se lee. Por ese tiempo, podía vérseme leyendo simultáneamente cinco o seis libros desconocidos por mí y elegidos por mis alumnos. Me parecía que de la mano con el respeto por su libertad de elección, yo debía ser lo suficientemente responsable para acompañarlos en sus análisis e interpretaciones, con conocimiento de causa. Era demasiado, descubrí que no podría mantener semestre tras semestre ese ritmo y además estaba frustrándome;  tanto porque  mi propia libertad de elección quedaba limitada, como porque había quienes no estaban probando literatura de verdad.   
Comprendí que una libertad de esa dimensión tenía poco sentido. Varié la mecánica, formé una lista de libros conocidos por mí,  para poder dialogar sobre ellos, relacionándolos con la gran Historia de la Literatura. Procuré que en la lista no prevaleciera mi gusto personal, si quería conservar mi intensión original, tenía que haber títulos que representaran distintos gustos y niveles de lectores. Así podía sugerir lecturas atendiendo a las muy diversas personalidades e intereses en el grupo.
Quienes no leían nada podían iniciarse con autores clásicos pero sencillos: europeos del Romanticismo, hispanoamericanos del Boom, mexicanos de La onda. Para los alumnos que ya tenían arraigado el hábito de la lectura, podían incursionar en las grandes obras maestras clásicas y contemporáneas.  Cada trabajo que revisaba era distinto de otro, en extensión y en tema. Lo único que tenían en común era el método de análisis que  sus autores habían aprendido  en clase; aplicado en la medida de las posibilidades de cada uno, había trabajos básicos y otros de una profundidad impresionante,  dignos, créanme,  de avergonzar a estudiantes universitarios.
Mis alumnos estaban leyendo, estaban escribiendo sobre lo que leían, estaban comprendiendo lo que es la literatura en el campo de la lectura. Algo faltaba. Si muchas veces, el deseo por leer algún libro surge después de escuchar a alguien hablar sobre él, lo que hacía falta era que compartieran con sus compañeros su experiencia de lectura. Entonces se me ocurrió reservar unas cuantas sesiones, para que cada uno hablara del libro que había elegido leer. Más allá del método utilizado para un trabajo escrito, se trataba de que dijeran lo que  habían encontrado interesante, divertido, conmovedor, intrigante.Si la experiencia no había resultado satisfactoria, no necesitaron mentir alabando lo que no disfrutaron, pudieron hablar en los términos de su decepción. Pero, sí la lectura les había gustado, algo asombroso pasaba, descubrí muy pronto que nadie como ellos mismos para generar expectativa  y para incitar.
No tardó en generarse un contagio maravilloso. Libros iban y venían, de mano en mano, ya no como lecturas obligadas, sino como un acto totalmente libre y voluntario, sin calificación. Fuera de clase empezaron a escucharse charlas sobre Kundera, sobre García Márquez, sobre Camus, sobre Rulfo y también sobre otros menos populares, pero igualmente magníficos.  Sigo convencida de que para enseñar Literatura es necesario renunciar a la lectura de “los indispensables” hay que dejar que el que quiere leer El principito lo lea con la misma libertad que aquel  que quiere leer Cien años de soledad. Sólo así  enseñamos  a amar la Literatura. No hay lecturas obligadas,  lo que se debería de leer  sólo es lo que se quiere leer.
sd