enero 17, 2013

Una de crianza

Debo reconocer que soy un persona impulsiva y que ello me ha ocasionado algunos golpes, tanto físico como morales.

En el otro lado está mi esposo, paciente y cauteloso. No es que eso lo haya salvado de golpes físico/morales, pero de abordar de manera diferente sus problemas.

Nuestro hijo es más parecido a mi esposo. Así que para diversos aspectos en los que nos toca convivir suelo desesperarme. He estado buscando trabajar en entender que es una forma de aprender, tan válida como mis carreras y arrebatos, que la tolerancia es la clave de una vida armónica. Pero la vida, la vida tiene lo suyo para poner a prueba eso que dices haber estado trabajando.

Hace tres días lo inscribí - a mi hijo, no a mi esposo- en clases de natación, después de la primera clase me dijo que sí le había gustado un poco la clase. Antes de ir a la segunda clase me dijo que tenía temores, al final de esta segunda clase observé porqué: tenía un miedo terrible saltar a la alberca.

Observé cómo dudaba, cómo verbalizaba, y le preguntaba al profesor qué era lo que tenía que hacer con el fin de que éste le dijera que ya no era necesario que se aventara. Tuve que hacer un enorme esfuerzo para guardar silencio, para calmar mis impulsos de exigirle que se tirara, para decir que no pasaría nada si lo hacía bien, para pedirle que tuviera cuidado de resbalar... en fin, ustedes saben, las miles recomendaciones que una mamá piensa y considera que debe decir a un hijo, devaluando la posibilidad de que el hijo propio descubra cómo hacerle (en efecto, yo creo que no son una "tabula rasa"como Locke lo afirmó hace años).

Ese día al irse a la cama me dijo: -mamá no quiero que sea mañana, no quiero tirarme el salto-.

Confieso que tuve emociones encontradas, por un lado impaciencia (claro, de alguien que ya ha pasado por ahí) y por otro lado empatía (sí, ya había pasado por ahí pero ¿recordaba yo lo que se sentía?).

Recordé en voz alta mi primer clase de natación, cómo fue, qué me impulsó, el miedo que tuve, qué pensé siendo una niña de siete años, le pregunté qué era lo peor que consideraba que podía pasar y observé en su respuesta que su percepción del ambiente y de la acción estaba alterada por el miedo.

¡Qué distintos las percepciones de acuerdo a nuestras edades y experiencias! Todas ellas válidas.

Mi relato lo animó y también lo hizo descansar. A la mañana siguiente me contó que estaba ideando la manera de tirarse ese brinco. Mismo que hizo tres veces ese día en su clase de natación. Salió de la alberca convertido en un héroe, se sintió feliz.

Lo mejor para mi fue el proceso en el que llegó a dar esos salto. Un proceso de escucha, de aceptación de las limitantes, de conciencia de la emoción y de vivirlo acompañado de la fantasía.

Así que dentro de toda mi impulsividad y arrebato he encontrado que también puedo ser paciente...

dfcg
La autora tiene como propósito practicar el reiki y la meditación...¿será lo suficientemente paciente?

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