febrero 14, 2013

Para ti, Carmela

Mi abuela paterna tiene 93 años, muchos me dicen que ya es grande, yo tengo como referencia que mi abuela materna se despidió de esta vida terrenal a los 98, así que me parece que mi Carmela (así la llamaba mi abuelo) debería estar pensando en quedarse otros cinco o seis años más. Pero ése es mi deseo.

En agosto pasado su presión sanguínea le hizo una mala jugada, decidiendo -la muy canija- elevarse más de lo normal, ocasionando que sus extremidades inferiores no le respondieran y desde entonces a la fecha siguen sin hacerle caso.

No caminar la tiene desesperada, al grado tal que ha buscado en seis ocasiones, mientras sus hijos salen de la habitación con algún pretexto (inventado por ella), levantarse y caminar. El resultado: las seis veces se ha caído. Los golpes han subido en intensidad. El último le ha abierto la frente y la parte de atrás de la cabeza, le ha causado un fuerte estrés y el médico ha recetado anti-inflamatorios trayendo como consecuencia que su mente, su fabulosa memoria, empiece a fallar.

Dice encontrarse en un solar y pide la lleven a su casa, la que desde 1979 le ha ofrecido techo y cobijo. Mi abuela querida, mi querida abuela, la que me enseñó el gusto por la poesía, se me empieza a ir.

Sé yo que éste no es un blog familiar, pero para minar las emociones y darle causa a la tristeza, la escritura y la literatura son buenas consejeras.

Un ejemplo. En 1992 sufrí una ruptura amorosa, dolorosa, me tomó por sorpresa esa honda tristeza, ese dolor infame que se ubica directamente en el corazón. Yo estaba en casa de mi abuela, en la cocina (ese magnífico territorio que en casa de ambas abuelas ha sido el mejor oasis) con ella, no pude más y le compartí mi dolor. Ella vio a lo lejos. Quizá contactaba con sus propios recuerdos y me declamó lo siguiente:

"Asomaba a sus ojos una lágrima,
y a mi labio una frase de perdón;
Habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?" (Gustavo Adolfo Bécquer)

El bálsamo de su declamación fue agradable, las semillas para comprender o para perdonar al novio en cuestión fueron sembradas en ese instante, germinar de una u otra forma era cuestión de tiempo.

Mi abuela, la de pocas pero contundentes palabras, símbolo de amor por los ratos de lectura en su mecedora, por recitar poemas sin público, sin motivos ni pretextos. La de usar refranes para ilustrar sus ideas. La de versos compuestos al aire. La que leyó su primer novela de prestado y en voz alta, la que cerraba libros cuando las lágrimas no le dejaban seguir leyendo. Mi abuela...la Carmela.

dfcg

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