junio 04, 2012

Leer y dibujar.


Érase una vez un alumno de bachillerato que leía y, no sólo leía, comprendía más de lo que estaba dispuesto a demostrar en un trabajo académico. A pocas cosas tan frustrantes me he enfrentado como maestra, a pesar de que la Historia esté plagada de genios a los que “les iba mal” en la escuela, me molestaba tremendamente que este alumno reprobara y reprobara consistentemente pudiendo tener las mejores notas. Por el contrario, él parecía bastante cómodo con su modo de ir pasando como el que más sabía, pero también como el que más materias dejaba a extraordinario. ¿Cómo era posible que no se molestara en ocultar su inteligencia  explicando  a todos sus compañeros cualquier cosa que los hacía tirarse de los pelos la semana de entrega de trabajos?
     No servía para estimularlo la adulación, ni ningún argumento lo convencía de acceder de un modo ordinario a la evaluación. Simplemente parecía que despreciaba las calificaciones  como si éstas pudieran arrebatarle el placer del conocimiento. Además, este alumno era dueño de un exquisito sentido del humor, así que no era difícil imaginar que en cualquier camino que emprendiera, la buena fortuna le acompañaría. Así trataba yo de consolar a su preocupada madre cuando me compartía su consternación.
     Sin embargo, estuve decidida a conseguir que al menos Literatura la aprobara en el calendario corriente y le tendí una pequeña trampa. Entre sus mayores talentos estaba el dibujo, desde que estaba en la secundaria parecía ser esta actividad la que gozaba de la mayor parte de su tiempo e interés. Todo lo dibujaba y tenía además ese refinamiento del caricaturista que observa el detalle y lo transforma en un mensaje gráfico. Tengo que decir que me he hecho mis mañanas para detectar cuando el análisis es el resultado de copy + paste en Wikipedia, pero nada ha resultado más certero que un análisis de personajes dibujado. Recuerdo que dibujó a cada personaje de Pudor, una novela de Santiago Roncagliolo, con tal detalle y precisión que no tuvo más remedio que resignarse a una buena nota.
     Él no volvió a hacer trabajos escritos de Literatura pero he sabido que le va muy bien en su carrera, misma que por supuesto, tiene que ver con la creatividad y el dibujo, y por cierto… cuando lo hace, escribe muy bien, una secuela inevitable del lector.  Yo descubrí otras formas de evaluar Literatura y entendí que es necesario permitir que se manifieste lo aprendido de maneras diferentes.
     La ilustración que aquí les comparto es de otro alumno quien, como su precursor, dibuja muy bien, aunque éste no era  resistente a escribir, ni a las buenas notas. El dibujo formó parte de un análisis de Mi vida con la ola uno de los relatos  de Octavio Paz que corresponden a su etapa surrealista.  Ahí está la incorpórea ola, con su aborrecida belleza. Ahí están los lujuriosos peces nadando entre ella, los barquitos y demás juguetes con que el narrador había buscado complacerla. 
     Pero esa es otra historia... ya se las contaré.

sd

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