agosto 29, 2012

De la fantasía a la verdad

Nací en una ciudad pequeña donde hasta los locos tenían su nombre propio y eran reconocidos por la comunidad: el Chayo Medina, la Lupita, la Fani. Nos sabíamos su historia (más bien las leyendas urbanas que se habían construido a su alrededor), su ubicación, su vestimenta preferida y lo que buscaban en la vida o su discurso principal.

Dentro de ellas -las historias- me impactaba la de Lupita. Había dos versiones, la gente decía que en el día de su boda estando en el altar esperando al novio, éste no había llegado nunca y por esta razón había enloquecido; otra, era que estando en el altar habían llegado y habían matado al novio, dejándola loca de dolor.

Ella, la Lupita, la novia de Culiacán, siempre estaba vestida de novia, su ropa estaba limpísima, escucha misa todos los días, portaba el velo de novia, sus labios rojos, su rosario entre sus manos, vivía en el Hospital del Carmen -que tenía un pabellón para enfermos mentales-.

Cuando la Lupita dejó de estar en el centro de la ciudad se le extrañó, las misas ya no tenían esos gritos que le respondían al cura lo que el culto indicaba, luego se corrió la voz de que estaba enferma y había muerto.

Pasaron más de dos décadas para que me encontrara un libro llamado El Tesoro de la Divina Gracia (Cisneros, 2004). En éste un periodista, Ulises Cisneros, había plasmado los resultados de su investigación sobre Guadalupe Leyva Flores, Lupita la novia de Culiacán.

A ella no le habían matado ningún novio, ni la habían plantado en el altar. Ella había sufrido de un transtorno que le había hecho creer que había un tesoro escondido, el tesoro que debía serle revelado sólo a ella por el Santo Padre. SE había trasladado desde su pueblo a Culiacán pues en este lugar algún día llegaría el Papa y le diría dónde estaba escondido. Fue por su buen caracter que se hizo amiga de muchos de los comerciantes del centro de la ciudad y como ella decía que era blanca por fuera y por dentro y que debía vestir siempre impecable pues así estaba su alma, los comerciantes le regalaban los vestidos de novias y de primera comunión que ya no se vendían.

¡Esa era la historia!

Debo confesar que aunque la primera versión -la construida por la gente es más romántica (¡qué tanto plasmamos como pueblo en lo demás!)- me gustó conocer las razones, los porqués del peregrinar de esta señora. Dice el libro que cuenta la gente de su pueblo que cuando sus hijos la llevaron de Culiacán a su casa, ya enferma, la tuvieron que encerrar en un cuarto para que no escapara y que desde la ventana se le escuchaba gritar: ¡Culiacán, Culiacán, ven por mi!

dfcg
Aunque Dulce disfruta de las historias y leyendas el periodismo de investigación es su pasión acallada.

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