agosto 30, 2012

Maestro, esa profesión imposible



Después del furor de los primeros días de clases llegan las reglas, los dimes y diretes entre maestros y estudiantes, los límites, las estrategias, los diálogos y los encuentros entre adulto y adolescentes que permiten establecer una relación que dé frutos para el resto del ciclo escolar.

Quien se dedique a la docencia me entiende, las dinámicas cambian porque los alumnos nunca son los mismos, pero los ciclos se repiten y eso es lo que hace que estar con un grupo sea placentero pero también agotador y en muchas, muchas ocasiones frustrante.

Mi trabajo en gran parte consiste en hacer que mis alumnos lean, dicho así parece un mal chiste ¿quién puede hacer que otro lea?, la verdad es que estoy convencida de que nadie por más habilidoso que sea puede “hacer”, así como se hace un pastel o una maleta para salir de viaje, que otro se convierta en lector.

Lo que a mi me sirve es propiciar encuentros, abrir todos los caminos posibles para que mis alumnos se topen con un texto que les haga pensar y sentir que la lectura es más que un instrumento o una encomiendo escolar.

Claro que los caminos  pueden ser brechas cerradas y poco transitadas, espacios por los que no ha pasado civilización alguna y que a veces surten efecto y atraen a ciertos lectores y otras veces pasan desapercibidos y se pierden en el olvido.

En mis primeros años como maestra, los textos menospreciados, las actividades que calificaban de soporíferas y los comentarios sarcásticos me provocaban un enorme malestar, al principio me enojaba, luego me culpaba, los culpaba y pensaba que no estaba destinada a la docencia, al final la vida seguía y de una u otra manera lograba salir a flote con las clases y mis propósitos escolares.

Después de  algunos años las cosas han cambiado, estoy muy lejos de ser la imagen que enaltece el oficio y confirma la idea de que ser maestro es un oficio que se perfecciona con el tiempo y las horas en el aula, pero si algo he aprendido es a darle tiempo al tiempo y a sacarle provecho a mis frustraciones y actividades  sin futuro.

Ya no me peleo tanto con lo que sucede en el salón de clase, me muevo con más confianza e intento ser sincera sobre lo que hablo, no me amenaza el alumno que finge de todo para evadir el trabajo, el que se duerme o la que se molesta cada vez que pido un poco de silencio, entiendo que el coraje no es  hacía mí sino hacía el momento y la frustración de un espacio pre-frabricado en el que estés o no de antojo tienes que leer e intentar aprender.

Con todo siempre hay huesos duros de roer, alumnos que se resisten y lectores muy bien escondidos, lo bueno es que tenemos varios meses para intentar un encuentro que sacuda hasta al más terco.

cj

No hay comentarios:

Publicar un comentario