agosto 15, 2012

Y sigo con hambre y sin juegos

Quizá ya los estoy aburriendo con Los Juegos del Hambre (Collins, 2009), prometo que -al menos por este año- no volveré a escribir al respecto.

He terminado la lectura de la trilogía, he quedado asqueada, emocionalmente hablando, no por la trama, no por las matanzas, si no porque me parece que -como toda distopia- va dejando rastros de la verdad futuro. Y debo confesar que ello me aterra.

En la segunda parte se nos plantea la situación que una joven triunfadora del reality show Juegos del Hambre tendrá que hacer que la gente piense que ella no es rebelde (cuando lo es y mucho) y tendrá que vender una imagen de amor (cuando poco conoce de ello). Finalmente no logra conseguir esto, sino al contrario le da herramientas a las masas para que se rebelen (la verdad a dichas masas les faltaba muy poco).

En la tercera entrega, todo es caos, la "prole" se ha desatado, se están yendo contra la capital del país, la ciudad donde se anidaban los excesos y frivolidades (Sodoma del futuro) y requieren un logotipo y muchos discursos, entonces la protagonista, la jovencita Katniss Evergreen es la imagen elegida.
Así como quienes detentaban el control armaban sus programas para lograr someter al pueblo, los "rebeldes" hacen lo mismo para mantener viva la llama de la rebeldía. ¿Paradójico? Sí, pero real.
Nada más falta ver nuestros medios para saber que por un lado u otro, el cuarto poder es quien controla a los conservadores y a los contestatarios.

No pienso ver la película, prefiero que se quede en mi imaginación cómo fue que vi los ojos de Peeta, el eterno enamorado; prefiero controlar la imagen que yo di a los mutos y a la arena. Prefiero quedarme con el rostro que imaginé para el villano Snow y con el paisaje de Panem, un país que puede llegar a ser el nuestro.

Ahora, dejaré estas novelas futuristas, quiero un poco de miel y esperanza en mi vida.

dfcg

*Imagen tomada de garuyo.com

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