mayo 18, 2012

De cómo me pude haber alejado de la lectura

Aprendí a leer a los 6 años con 5 meses (nada del otro mundo) pero, fui la primera del grupo A de primero de primaria que aprendí a leer. Por esta razón, la madre Del Castillo (una monja delgada, con lentes de fondo de botella verde, con una voz de fierro) me convocó a "tomarle la lectura" a mis compañeras (desde ahí empezó mi labor docente).

Mis padres al ver que me gustaba leer y que me adueñaba de la Selecciones y de la Contenido (ambas revistas para adultos, famosísimas en los setentas y ochentas), decidieron empezar a regalarme libros...pero su elección no era nada motivadora.


El primer libro que  mi madre puso entre mis manos fue Corazón, diario de un niño de Edmundo de Amicis. Todavía veo el libro y mi estómago se encoge. Sí, Enrique, el niño que escribe el diario, narra sus experiencias de sufrimiento, de dolor, de tristeza. Cada día me provocaba un llanto terrible, me iba a dormir con el alma dolorida.

El segundo libro fue Heidi, ¡dios mío! La historia de una niña huérfana que vive con el abuelo pero es arrancada de sus brazos para ir a encerrarse a una gran casa con una niña que no podía caminar y además tenía que seguir una serie de lineamientos para saber comportarse como una señorita. Si eso era lo que había en los libros...¡renuncio!

Lo peor, ahora creo que era lo peor, es que no había con quien comentar lo que estaba leyendo, mis papás pensaron que esos libros eran lindos (ellos mismos los habían leído) y que además eran inocentes. Hasta que un día mi mamá me sorprendió llorando y se detuvo a platicar. Observó que las historias no me estaban alentando, sino por el contrario, destrozando el alma infantil.

En aquella época, 1979, salió a la venta El libro de oro de los niños, para facilitar su adquisición se ponía a la venta un tomo cada quince días en el supermercado. Fue así como mi mamá incluyó en su presupuesto doméstico una apartado para dos tomos de estos libros y yo conocí otras historias que me hicieron reír, adivinar y memorizar.

Gracias a estas lecturas, que me mostraron que en los libros había más que historias tristes y que mis primos que estaban en la universidad habían dejado sus libros en casa de mi abuela, seguí con el hábito de leer...si no, los mismos que me habían inspirado -mis padres- me hubieran condenado al analfabetismo funcional.

dfcg

3 comentarios:

  1. El de Edmundo de Amicis es terrorismo literario. Es casi tan feo como las "vidas ejemplares".

    De Heidi mejor no hablamos, anque te faltó mencionar Mujercitas.

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  2. Mujercitas sí me gustó, creo que fue el ímpetu del personaje principal "su dejó todo y se fue en busca del éxito", lo que sí captó mi atención. Aunque lo leí un poco más grande (lo que narro aquí ocurrió entre los 8 y 9 años).
    Lo que sí fue terrorífico fue que mi madre me obsequiara Platero y yo...creo que alguien le dijo que era lindo o a ella la torturaron en la escuela con él. No pasé de la primera página y sigue ahí el pobre Platero sin salir a pasear.

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  3. Lo curioso con este tipo de libros es que aunque parecen ya lejanos o fuera del entorno didáctico en muchas escuelas y para algunos maestros siguen siendo piezas clásicas y fundamentales para iniciarse en la lectura ¿qué pensarán de ellos sus lectores actuales?
    A mí uno de los libros que me causo terror fue Marcelino pan y vino, lo leí cuando tenía nueve años y tuve tremendas pesadillas al respecto, a su lectura le siguió Corazón, diario de un niño que no me gustó mucho que digamos pero después de Marcelino me pareció menos terrorífico.

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