mayo 14, 2012

Pan de papel.


Estoy segura que el amor a las letras tiene muchos caminos; un maestro, un hermano, un amigo, un padre o una madre tiene alguna vez el buen tino de ponernos en las manos el libro que nos hará entrar por la puerta de ese amor.  Si hay buenaventura en los primeros encuentros, el amor será eterno. Para mí, darles de leer a mis hijos ha sido tan importante como darles de comer.  No soy precisamente una buena cocinera (a pesar de mis esfuerzos)  pero he procurado esmerarme en la otra alimentación.

la imagen fue tomada de: http://www.facebook.com/taller.sociologico
 La primera cosa que compré para mi hijo mayor,   cuando todavía no había nacido, fue un libro. Un libro para bebés que sería  reinventado infinidad de veces mientras aprendía el arte de pasar de hoja.  A ese se sumaron otros que hicieron crecer una colección de diferentes sabores:  libros de historias favoritas, que prácticamente memoricé de tanto repetir, libros de dinosaurios –a los que un tiempo fue ferozmente aficionado, hasta volverse experto en la nomenclatura de esos gigantes prehistóricos-  Más tarde los libros de mitología y seres fantásticos. Su apetito era voraz.

Al nacer su hermano, compartir cuarto y juguetes no representó un gran reto; no se puede decir lo mismo de compartir a mamá, menos cuando se trataba de la hora del cuento. Mi hijo mayor  ya era capaz de leer por su cuenta “libros gordos” de los que no se terminan en una noche, así que  se vio obligado a dejarle su lugar en el rito nocturno a su hermanito.  Más de una noche lo sorprendí espiando el cuento infantil que yo leía. Así que lo invité a volver a escuchar a los hermanos Grimm y turnarse la voz conmigo.
Cuando llegó la época de las sagas,  su paladar no admitía el  Harry Potter tan popular entre otros muchachitos de su edad.   Se quejaba de no poder comentar con nadie las aventuras  de los hermanos Jacob y Will Reckless. Así fue como mi hijo me presentó a Cornelia Funke; mientras uno de los dos leía un capítulo de Corazón de tinta,  el otro lavaba los trastes. Cuando él  adelantaba por su cuenta, me mantenía al tanto del avance de la trama y charlábamos sobre las posibilidades de lo que ocurriría más adelante en la historia. 

Esta novela juvenil me gustó particularmente, porque la autora comienza cada capítulo con un epígrafe de algún libro fabuloso. En los casos en que yo conocía el libro en cuestión tuve  la ocasión para platicarle sobre grandes obras de la Literatura. Ahora que encuentra en su camino autores hablando de otros autores, maestras maravillosas que comparten sus libros con él, está listo para procurarse su propio pan de papel. Tal vez él mismo se convierta en camino para otros, tal vez en el futuro, comprará un pan de papel y lo dará a sus propios hijos.

sd

1 comentario:

  1. Acabo de dar el pan de papel nocturno a ese "adulto bajito" (robo la frase de Serrat) que vive en esta casa. Me resistía a dejar el trabajo que estaba realizando pero ante la petición "¿me lees un cuento, mamá?", no pude más que hacer un recuento de cuánto años más te lo pedirá, los 10 o 15 minutos que leerás ¿hará un cambio impresionante a la torre de evaluaciones por comentar?.
    Dejé a un lado lo urgente, para hacer lo importante. Gracias por compartir.

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